Los últimos datos del paro son tremendos. Por primera vez en mucho tiempo, Balears ve disminuir los puestos de trabajo. El empleo ha empezado a hundirse. Hasta ahora, con muy pocas excepciones, el número de afiliados a la Seguridad Social siempre crecía y, sin embargo, en el pasado junio no sólo han aumentado los demandantes de empleo -algo insólito en el inicio de la temporada turística- sino que se registraban unos tres mil quinientos puestos de trabajo menos que en el mismo mes de 2007. ¿Qué está pasando? Está a la vista: la crisis inmobiliaria es muy superior a lo que se esperaba -casi la mitad de los sin empleo provienen de la construcción- y el sector servicios no basta para absorber a los desocupados. En definitiva, pasa que el modelo económico balear, que en cuanto a empleo ha sido envidiado durante décadas, ya no da más de sí, ya no puede seguir creciendo.

En nuestro pasado más reciente, las crisis económicas (las ambientales y culturales son otra cosa) se caracterizaban por un aumento simultáneo de paro y puestos de trabajo, lo que dejaba abierta la esperanza a que los desempleados pudieran reincorporarse a la actividad tan pronto como regresara la bonanza. Pero esta vez la solución no es tan sencilla. Esperar no será suficiente, puesto que es prácticamente imposible que los casi quince mil parados del ladrillo -y los que se seguirán sumando- vuelvan a encontrar trabajo en el sector. Y si no lo hay en la construcción, ¿dónde buscarlo? La respuesta a esta pregunta es lo que trae de cabeza al Govern en sus encuentros con los agentes sociales.

La realidad, por muy dura que sea, es que no hay una respuesta inmediata. Podría ocurrir, como sucedió en los años setenta, que un porcentaje elevado de inmigrantes decidiera regresar a sus regiones y países, pero no es probable. La mayoría de inmigrantes que vinieron, y siguen viniendo, desde finales del siglo pasado lo han hecho con intención de quedarse. Llegaron atraídos por un modelo económico en progresión constante, con empleos poco cualificados, a los que era relativamente fácil acceder. Así, el número de afiliados a la Seguridad Social fue batiendo récords, pasando en menos de un lustro de los cuatrocientos mil inscritos a superar la barrera del medio millón. Un modelo que ha funcionado hasta hace poquísimo. De hecho hasta hace unas semanas, al comprobarse que el número de empleos empezaba a disminuir.

Balears ha superado con creces el millón de habitantes y, socialmente, ya no le está permitido bajar de los quinientos mil puestos de trabajo, pero hoy nadie, ni el más optimista de los economistas, espera que las cosas vuelvan a ser como antes. No sólo no lo espera sino que cree que sería contraproducente, como lo fueron -aunque sólo sea por los problemas medioambientales y demográficos que han provocado- los últimos años, previos a la crisis inmobiliaria, de fortísima expansión urbanística y crecimiento demográfico. Como viene defendiendo el Cercle d´Economia de Mallorca, cuyo presidente, Alexandre Forcades, no es nada sospechoso de izquierdismo, ha llegado el momento de repensar el modelo económico de las islas o, lo que es lo mismo, de repensar el país.

La situación es clara. El sector inmobiliario atraviesa uno de sus peores momentos, pero eso era previsible y, en general, como ha dicho Forcades, no se puede hablar de crisis generalizada. La economía no está en bancarrota. En las últimas décadas ha aumentado considerablemente el stock de capital, lo suficiente como para hacer posible la reforma del modelo económico que ha de evitar la crisis social que se avecina si el paro sigue aumentando. Sin embargo, para lograrlo hay que invertir en el cambio. No basta esperar a que amaine el temporal, para esquivarlo habrá que navegar con otro rumbo.