No aparque en el centro de Palma y si lo hace, aténgase a las consecuencias. Es decir: a pagar más de la cuenta. Hacerlo en la calle es una operación prácticamente imposible, porque caben los coches que caben y, utilizar los parkings subterráneos será cada vez más caro. Las tarifas subirán un quince por ciento cada año hasta alcanzar un aumento del 54 por ciento en 2011. El objetivo, según el teniente de alcalde de movilidad, Joaquín Rodríguez, es tanto evitar que la Societat Municipal d´Aparcaments (SMAP) tenga pérdidas como convencer a los ciudadanos de que es preferible dejar el coche en casa y utilizar el transporte público o, simplemente, andar. La decisión está tomada. La mayoría de empresas municipales están en números rojos y la SMAP -la de los aparcamientos- no es una excepción. El año pasado tuvo un millón y medio de euros de pérdidas, lo que para la actual mayoría de Cort es inaceptable.

La mayor parte de los servicios que se prestan a través de las empresas municipales se pagan mediante tarifa. Es lo normal. En algunos casos, como el servicio de autobuses, lo lógico es que estuvieran tan subvencionados como fuera posible -hasta llegar a ser gratuitos- pero esto no tiene nada que ver con los aparcamientos, sino todo lo contrario, puesto que si el transporte público es la solución, la existencia de parkings en el casco antiguo forma parte del problema. A lo largo de los últimos diez o quince años, al alcalde Fageda y a la alcaldesa Cirer, les invadió una auténtica fiebre que les llevó a rodear Ciutat de aparcamientos. Ya entonces se advirtió que el hecho de tener más posibilidades de aparcar no iba a facilitar la circulación por Palma sino complicarla, porque el número de vehículos crecería a un ritmo superior. El resultado es que muchos automovilistas que siguen confiando en el milagro de encontrar un sitio libre deciden ir a su encuentro, lo que provoca, en horas punta, auténtico colapsos.

Estos aparcamientos tuvieron un coste multimillonario para muchos ciudadanos, que no los pueden utilizar porque están llenos o porque no conducen. Encarecerlos servirá para que, por lo menos, su existencia no suponga una carga añadida a la hacienda local, aunque no está claro que tenga el efecto disuasorio que busca el teniente de alcalde de Movilidad. En teoría sí, pero en la práctica estamos viendo lo que ocurre con el encarecimiento del combustible. El petróleo ha alcanzado máximos históricos y la intensidad del tráfico no disminuye. No es el precio lo que desanima al transporte privado sino la práctica inexistencia de alternativas. Para lograr que se renuncie al coche hace falta que nos concienciemos mucho más sobre cuestiones tan graves como el cambio climático y, sobre todo, que la alternativa -el transporte público- sea cómodo y eficaz. Y ni estamos concienciados suficientemente ni los autobuses son lo cómodos que sería deseable.

Una solución, para forzar a utilizar el transporte público, o ir andando o en bicicleta -que son los transportes ecológicos por excelencia- sería cerrar los aparcamientos subterráneos y prohibir aparcar en las calles, pero medidas de este tipo son hoy por hoy democráticamente inaceptables. La reconquista del centro histórico ha de producirse de otra forma: paulatinamente, mediante reformas circulatorias que no coaccionen a sus vecinos y que faciliten el acceso al resto de ciudadanos con unos transportes públicos que lleguen a todas partes y que sean baratos. La implantación del tranvía, si vuelve a formar parte del paisaje urbano de Palma, será -junto a la potenciación de los servicios ferroviarios y de autobuses- una ocasión excelente para reordenar el servicio y hacer, ojalá que sea así, que palmesanos y mallorquines no tengan necesidad de usar el coche para ir al centro de la ciudad.