Uno de los mejores libros que se han escrito en España sobre los sucesos de 1808 lo escribió un mallorquín del que casi nadie se acuerda, Miquel dels Sants Oliver. El libro se llama Mallorca durante la primera revolución (1808-1814) y fue publicado en 1901, cuando Miquel dels Sants Oliver -que en aquella época firmaba como Miguel de los Santos Oliver- tenía tan sólo 37 años. Lo reeditó en 1999 Lleonard Muntaner, pero me temo que sigue siendo un libro que muy poca gente se toma la molestia de leer. Y eso es una catástrofe intelectual, se mire como se mire. Cada vez que oigo decir que los mallorquines no sabemos escribir en castellano -algo que no es del todo infrecuente-, miro al asno en cuestión y le pregunto si no tiene noticias de este libro. Y por supuesto que el asno -o quizá sea burro, no sé muy bien cuáles son las diferencias fisiológicas entre unos y otros- se queda con la boca abierta y no sabe qué responder. De hecho, Miquel dels Sants Oliver tiene una calle junto a la Riera, no muy lejos del Canódromo (o de lo que queda de él), aunque muy poca gente sepa quién demonios es ese tal Oliver.

No importa. Oliver fue un hombre conservador que escribió tanto en catalán como en castellano y fue un maestro de la prosa en ambas lenguas. Dirigió durante muchos años La Vanguardia y fue un catalanista razonable próximo a la Lliga Regionalista. Si hubiera sido republicano federal, masón, bígamo, esperantista, conspirador, ocultista, naturista y catalanista furibundo, hoy sería recordado por la clase política y habría cátedras que llevarían su nombre en nuestra docta Universitat. Como no lo fue, ahí sigue, desconocido y olvidado, hasta el punto de que un catálogo de una biblioteca indica que Mallorca durante la primera revolución es un libro escrito en catalán. El archivero, por lo visto, ni se tomó la molestia de leerse bien el título.

Pero eso tampoco importa mucho. Lo que importa es que Mallorca durante la primera revolución es un modelo de prosa castellana y debería ser leído por cualquier persona con un mínimo de amor a la literatura y a la historia. Y sobre todo en estos tiempos, en los que cualquier aficionado de tercera categoría se permite escribir noveluchas históricas con una trama delirante de nazis y templarios y extraterrestres. Miquel dels Sants Oliver hizo todo lo contrario: se documentó, leyó centenares de documentos de la época (reunidos por un canónigo de la catedral de Palma cuyo nombre lamento haber olvidado) y después se puso a escribir su libro con una pericia extraordinaria y un ritmo narrativo de primer orden. Basta abrir el libro para que de repente toda una época cobre vida ante nosotros. Oímos las conversaciones a media voz de los refugiados llegados de la península; vemos los candelabros que iluminan los teatros y el humo que llena el escenario; leemos los pasquines en los que cualquier fraile iletrado y fanfarrón se permitía desafiar a Napoleón, a Francia y al mundo entero en nombre de la Sagrada Religión; asistimos a los galanteos en los salones y a los banquetes públicos que organizaba un xueta muy rico que quería congraciarse con las nuevas autoridades de la Junta de Regencia; y presenciamos en primera fila el momento en que el populacho -Oliver no rehúye la palabra, hoy impronunciable- destroza la carroza de un ministro mallorquín de Godoy, don Miguel Cayetano Soler (uno de nuestros escasos ilustrados, por cierto), y luego saquea su casa y le prende fuego. En pocas palabras, todo un ejemplo de cómo se puede escribir un ensayo histórico que se lee como una novela (pero de Galdós, no de Almudena Grandes).

Lo mismo que Miguel Villalonga, Miquel dels Sants Oliver es uno de nuestros grandes escritores olvidados. Y lo curioso es que no hay una gran diferencia entre Mallorca durante la primera revolución y Miss Giacomini. En los dos libros aparecen las mismas sociedades cerradas y mojigatas, las mismas envidias, los mismos rencores sociales, las mismas ínfulas, la misma imbecilidad galopante. Y si se escribiera una novela sobre la Mallorca actual que no estuviera dictada por la envidia o el resentimiento o las ganas de figurar y de ser muy fashion, sino por la grandeza de ánimo y la genuina ambición narrativa -que son cosas muy distintas-, esa otra novela seguiría pareciéndose mucho a Mallorca durante la primera revolución. Y a Miss Giacomini, por supuesto.