Las inauguraciones del tren de alta velocidad de estos días -de Madrid a Valladolid y de Sevilla a Málaga, y aun la expectativa de una pronta inauguración de la línea Madrid-Barcelona, pendiente de unos problemas concretos ya en la capital catalana-, nos sitúan en una posición privilegiada en el mundo, comparable a las de Japón o Francia, y contribuyen decisivamente a eliminar las últimas rigideces del transporte en un país sobre el que no hace tantos años los estudiantes de bachiller aprendían que por su difícil orografía, las comunicaciones habían sido históricamente muy difíciles, tanto internamente como con el exterior, lo que constituyó un factor muy negativo de aislamiento y atraso.

En definitiva, este momento en que entran en funcionamiento nuevas líneas que auguran más posibilidades de desarrollo y facilitan la vida a los españoles debería ser festivo, de gozo y felicidad, al constatarse el buen fin de nuestros esfuerzos fiscales y el tino de nuestras autoridades políticas que, sucesivamente , han impulsado las realizaciones.

Una simple lectura de la prensa nos convencerá de que la fiesta se ha frustrado. La proximidad de las elecciones y la pusilanimidad de nuestros políticos ha convertido la celebración en una mueca. Los unos, empeñados en hacerse publicidad; los otros, en impedirlo. Patriotismo irónico se llama la figura.