Es muy difícilmente sostenible el argumento de que la región de Kosovo ha de permanecer uncida al yugo serbio porque las fronteras europeas deben ser estables y hay que impedir secesiones y fracturas que, constituidas en precedente, desarrollen un efecto contagio que resulte desestabilizador.

Conviene recordar, primero, que la crisis de los Balcanes fue el estallido de un estado autoritario fuertemente centralizado, a cuya caída se reprodujeron las seculares rivalidades étnicas de antaño. Los diversos nacionalismos presentes se enzarzaron en una descomunal conflagración, compleja y opinable, de la que pocos actores salieron moralmente indemnes, pero para emplazar el problema de Kosovo conviene recordar algunos aspectos de aquella historia: a).- Los serbios agredieron tan brutalmente a los albanokosovares que la comunidad internacional tuvo que intervenir militarmente para detener la agresión. Y b).- Los serbios, aunque aparentemente en camino de la democracia, todavía no han entregado a los tribunales internacionales a sus principales genocidas, el general Mladic y el psiquiatra Karadzic. Así las cosas, hay que congratularse de la excepción de Kosovo, que no es por fortuna precedente de nada. Más allá de los escrúpulos que puedan plantearse, es gozoso asistir ahora a su legítima emancipación.