Una característica que abunda en el pensamiento "políticamente correcto" es el desconcierto. Un estado que se manifiesta cuando los hechos contradicen su "verdad" sobre lo que está bien y lo que está mal. En los últimos días, se han podido ver nuevas muestras.

Ante la derrota de Hugo Chávez en el referéndum que pretendía otorgarle poderes indefinidos, comentaristas y regímenes afines destacaban su "espíritu democrático" al aceptar el resultado (fue esa la reacción del ministro de Exteriores cubano -curiosa, tratándose de un país donde gobierna la misma persona desde hace? 49 años). Lástima que, en días posteriores, se estropeara la postal, cuando un diario venezolano reveló que Chávez se negaba a aceptar la derrota y planteaba retardar el escrutinio, a lo que sólo renunció tras el rechazo militar de reprimir a la población.

También es conmovedor ver como analistas sesudos muestran su dificultad para aceptar, "intelectual y emocionalmente", que Bush tenga algún éxito en Oriente Próximo (a partir del proceso abierto en Anápolis) o ponen los peros que hagan falta ante el descenso de la violencia en Irak, al pronosticar que la "guerrilla" iraquí se ha retirado tácticamente ante un enemigo superior (¿de verdad se puede llamar "guerrilla" a una amalgama de terroristas de Al Qaeda, extremistas suníes y chiíes y mercenarios de todas clases?).

Incluso el "periódico global en español" publica un informe donde admite que: la pobreza extrema ha disminuido en África, ha aumentado la tasa de alfabetización y la ayuda de los países ricos se ha perdido en lodos de corrupción. Quizá es hora de fijarse más en la realidad y menos en los dogmas. O, a lo mejor, es tiempo de relevos: si uno se fija en la edad de los perplejos, observa que ya predicaban cuando ganó el PSOE? en 1982.