En una circular interna, ETA pide a sus militantes que, cuando se sientan perseguidos, se aseguren de que no es una paranoia. La frase es equívoca. Podría interpretarse como que el sentimiento de persecución y la persecución son la misma cosa. En otras palabras, si te sientes perseguido es porque estás perseguido. Viene a ser como decir que si eres capaz de imaginar la isla de Jauja, la isla de Jauja existe.

Asegúrate de que no es una paranoia. Hermosa frase que también se podría interpretar como una recomendación para que el presunto perseguido averigüe si se trata o no de una trampa de la imaginación. El problema es que cuando investigas un delirio de persecución, lo normal es que aumente el delirio. Sé de un tipo que viajó de Barcelona a Tokio huyendo del acoso de una organización inexistente. Se trataba de un tipo normal, representante de una conocida marca de cepillos de dientes. Cierto día, al salir de unos grandes almacenes donde había conseguido colocar diez mil unidades de su producto, vio por el retrovisor de su coche una moto que le siguió hasta la puerta de su casa. Al entrar en el piso (vivía solo), le pareció que las cosas no estaban exactamente como él las había dejado. Se le ocurrió que quizá habían colocado micrófonos y destrozó la mitad del mobiliario en su busca. Luego, por una extraña asociación de ideas, se dio cuenta de que los cepillos de dientes tenían forma de micrófono. Pero no podía huir de ellos porque vivía de ellos. De hecho, guardaba en un armario varias cajas de cepillos de los que se desprendió esa misma noche, abandonándolos en el cuarto de la basura. Al día siguiente se dio de baja en la empresa y se empleó en una firma de jabones. Un buen comercial, pensó, debe ser capaz de vender cualquier cosa.

Enseguida tomó aversión a las pastillas, que podían esconder también en su interior aparatos de escucha. Entre tanto, los seguimientos se acentuaban. En cada semáforo, cuando volvía el rostro bruscamente, sorprendía a alguien observándole. Un día, tras tomar mil medidas de seguridad, sacó sus ahorros del banco y comenzó a viajar de forma aleatoria, para despistar a sus perseguidores. Tan pronto estaba en Cuenca como en Estambul o en París. Terminó, botando de una ciudad a otra, en Tokio, que es un sitio lleno, lógicamente, de japoneses. A nuestro hombre, que a estas alturas había perdido completamente el norte, le pareció anormal aquella concentración de orientales. Pensó que era una treta de sus perseguidores para que no fuera capaz de identificarlos, pues todos los rostros le parecían prácticamente el mismo rostro. Presa de un ataque de pánico, logró llegar al consulado español, donde dijo muy serio que le perseguía un japonés.

-¿Qué clase de japonés? -le preguntaron.

-Uno que tiene los ojos rasgados.

Le medicaron y lo repatriaron. Pero cuando llegó a casa y se miró en el espejo, vio al otro lado a un japonés. Comprendió entonces que sus perseguidores habían logrado meterse dentro de su cuerpo, por lo que para huir de ellos tendría que huir de sí mismo. Se interesó entonces por los viajes astrales, para salir del propio cuerpo, pero apenas logró llegar al techo de su habitación, donde permanecía diez o quince minutos observando de manera algo siniestra su expresión de japonés perplejo. Resultaba prácticamente imposible vivir fuera del cuerpo. Comprendiendo que había perdido la partida, regresó a su trabajo de vendedor de cepillos de dientes procurando no hablar en voz alta ni pensar en asuntos que pudieran comprometerle, lo que no resultaba fácil siendo un hombre dado a la especulación filosófica. Por las noches, veía documentales sobre la Segunda Guerra Mundial y bebía vino con ansiolíticos, no para embotarse, sino para aturdir al japonés que llevaba dentro. La revista médica en la que leí este curioso caso clínico aseguraba que había fallecido más o menos en paz, con ese tipo de paz que implica la aceptación de una derrota.

Y todo le ocurrió por ponerse a averiguar si aquello era o no era una paranoia. El militante de ETA se encuentra en España como nuestro hombre en Japón.

Para un auténtico nacionalista vasco, todos los españoles son iguales, empezando por las medidas del perímetro craneal. Pedirles que se aseguren de que su delirio de persecución no es una paranoia equivale a aumentar esa paranoia. Lo más probable es que la circular estuviera escrita por un paranoico, además de un obsesivo, pues también recomendaba no salir de casa sin el móvil cargado y cinco euros.