No sé a qué atribuir la publicación de varias encuestas sobre el estado del país precisamente en época prenavideña. ¿Será casualidad o una nueva muestra del diabólico poder de Matrix? Empiezo a pensar lo segundo, sólo que no termino de entender la finalidad de esta doble serie de "crochets" con que se nos castiga el hígado desde hace ya unos cuantos días. Pero antes de nada he de dejar claro un asunto: no me gustan las Navidades. Y mucho menos, las dulzarronas, consumistas, histriónicas y publicitarias navidades al estilo USA. Santa Claus me produce arcadas, y aunque me encantan los animales, no me importaría darles un buen escarmiento a sus renos, en particular al empalagoso Rudolph, el de la nariz roja. Conmigo Dickens lo tendría claro, porque ni siquiera, como Scrooge, soy una activista antinavideña; sencillamente, las Navidades del presente me parecen una molestia. Las del pasado están teñidas del color del recuerdo, y es sabido que nada hay tan falso como la nostalgia. En cuanto a las del futuro, no sé si me apuntaré, dado el "crescendo" de memez que se acumula cada año. Así que me limito a capear como puedo las entrañables fiestas e intentar llegar ilesa al ocho de enero. Una aspiración de creciente dificultad.

Pues bien: por si esto fuera poco, los recientes resultados de una variopinta ráfaga de encuestas han acabado de dejarme la moral hecha puré. La cosa empezó con el nivel educativo de nuestros vástagos; hablando en plata, un desastre. España está a la cola de Europa, y Balears, a la de España. Un único rayo de esperanza: al menos aquí no hay discriminaciones; somos tan penosos en letras como en ciencias. Apenas repuesta del primer golpe, llegó el segundo: la mitad de nosotros no está contenta con el entorno vital doméstico. Ruido, incomodidad, deficiencias en la construcción de los hogares... La escena iba tomando tintes cada vez más sombríos cuando entró al remate otra nueva encuesta, que ahora nos hablaba de los hábitos culturales del balear en general, y del mallorquín en particular. El llorar y el crujir de dientes. Porque si más del cuarenta por ciento del personal no pisó un cine el año pasado, más del cuarenta y cinco por ciento de las mujeres no leyó ni un libro en ese lapso de tiempo..., situación en la que se encuentra más del cincuenta por ciento de los hombres.

Les ahorraré detalles sórdidos, como las tendencias lectoras según condición laboral o color político, y no me extenderé en pormenores. ¿Para qué? Si en este momento alguien pasa la vista por estas líneas, habría que darle un homenaje, no hundirle el día... Y con ello volvemos al principio. ¿Qué fin tiene esta siniestra sincronía de horrores? ¿El campanilleo, las lucecitas y el "jo, jo, jo", trenzados con lúgubres datos de estadísticas? Sólo se me ocurre una explicación: ambas acciones funcionan como anestesia mutua. La única manera de entrar en el loco caleidoscopio de las muñecas de Famosa, el Brain Training, la gula del Norte y las hojaldradas Doña Jimena, es después de haber sufrido un choque moral. ¿Y qué choque mayor que el enfrentarnos al triste tobogán del panorama cultural y vital de nuestra tierra? Y viceversa, claro. Así pues, en vista de cómo está el patio, este año creo que no habrá más remedio que claudicar; en cuanto acabe de escribir, voy a ponerme a buscar a Jacqs.