Por la gravedad de la afección, por su más que extendida incidencia y por la angustia que causa en afectados y familiares, el infarto agudo de miocardio merece que se invierta en su remedio todos los recursos disponibles a tal efecto.

No estamos hablando de una enfermedad exótica. Los más de dos mil hombres y las casi quinientas mujeres que sufren en este archipiélago un infarto cada año dependen para salvar la vida -y no digamos ya para evitar secuelas de las que hacen caer en picado su calidad- de la atención rápida y eficaz que reciban a partir del momento en que su corazón falla. De ahí la importancia del reportaje, con entrevista incluida, que realiza hoy el Diario de Mallorca teniendo el infarto como horizonte de interés general. La puesta en marcha de métodos para el envío inmediato desde la ambulancia, camino del centro hospitalario, de los electrocardiogramas es una noticia de esas que alegran el día incluso si se trata de un lunes.

Saber que estamos mejorando en la intervención inmediata es, como digo, un alivio. Pero contar además con médicos que investigan el infarto agudo de miocardio y ganan premios por sus estudios contribuye a alejar los fantasmas. La puesta en marcha de las enseñanzas de tales trabajos y el desarrollo técnico son dos herramientas decisivas para que Balears se incorpore a la nómina de las comunidades autónomas -en la que se encontraban ya, que yo sepa, Madrid y las dos Castillas- con medios capaces de enviar de inmediato al centro de asistencia los resultados de la monitorización llevada a cabo en las ambulancias.

Cualquiera que haya vivido de cerca una crisis cardiaca de este estilo sabe que las primeras horas lo son todo de cara a obtener un resultado positivo. Dicho de otro modo, cuanto más se acelere el diagnóstico y cuanto antes se reciba la terapia -ya sea de disolución del trombo o de la implantación de un muelle, stent en la jerga técnica- muchas más son las probabilidades de que la historia termine bien. Sin embargo, no todo es despliegue técnico. Que se pueda llegar a tardar más de hora y media en el traslado hasta el hospital de un paciente desde la Colonia de Sant Jordi -el ejemplo al que alude el doctor galardonado por su estudio al que entrevista hoy este diario, don Miquel Fiol- es una circunstancia muy negativa. Quizá sea ahí, en el tiempo de intervención de las UVI móviles, donde quepa buscar mayores remedios a la situación actual.

Sin olvidarnos del aspecto más sangrante -perdón por la metáfora- de la historia para no dormir de los infartos agudos de miocardio. Como es harto sabido, la prevención resulta en esta enfermedad tan importante como para resultar imprescindible. Pero en tal sentido, vamos para atrás. Una vida cada vez más sedentaria, una alimentación desde niños que está llenando el reino de obesos patológicos y un mercado de trabajo que, entre exigencias de productividad, mileuristas y parados, lleva a una situación de estrés casi universal componen el retrato de la España de hoy.

No es ésa, desde luego, la manera idónea de encarar la vida por lo que hace a los riesgos de las enfermedades coronarias. Así que estamos viviendo la paradoja de que, por una parte, mejoran los sistemas de atención y tratamiento pero, a la vez, nos movemos como los cangrejos en materia preventiva. No hace falta mucho sentido común para entender que lo mejor que hay, de cara a un infarto agudo, es evitarlo.