De vez en cuando, la vida da regalos. De vez en cuando, estás en el lugar adecuado y en el momento correcto. Puro azar. Casualidad el conocer, hace muchos años, a un judío nacido en la década de los treinta en Polonia. Coincidencia que él y su mujer, ambos maravillosos, tengan una casa en Mallorca. Gracias a esta segunda residencia, nos hemos ido viendo a menudo. Una comida, una cena, un cumpleaños, un café, una conferencia. La última vez que nos encontramos (en el lugar y momento perfectos) me invitó a un viaje a Israel. Afortunada que es una. Desde ahí escribo hoy. No es que quiera emular al gran Camilo José Cela Conde que, con su columna dominical, nos pone los dientes largos con sus periplos. Siempre deseé empezar un párrafo con una referencia cosmopolita. Así que, ahí va.

Hoy tecleo desde Israel. He conocido a Olga Radzyner. Una mujer guapa, de pelo largo, ojos claros y labios carnosos. Sus ´reretatarabuelos´ vivieron en este país desde mil ochocientos ochenta aunque, por diversos motivos, Olga nació en Varsovia. Su padre fue uno de los líderes de la resistencia dentro del gueto de Lodz, durante la II Guerra Mundial. Sobrevivió al Holocausto y se convirtió en el parlamentario más joven de la cámara polaca. Su madre era poetisa. Olga, economista. Durante la presentación de la cátedra con su nombre, en la Universidad Interdisciplinaria de Herzeliya (país desde el que escribo: ¡toma ya!), me entero de que Olga, con su marido y su hija, decidió ir de vacaciones a Cabo Verde. Los tres juntos, como cualquier familia feliz. Un día de niebla, cogieron un avión para sobrevolar las islas colindantes. El piloto no vio una montaña y se estrelló contra ella. Todos murieron. Han pasado ocho años.

Sé, por sus colegas presentes en el acto, que Olga era brillante. Inteligencia privilegiada, sentido del humor y calidad humana inigualable. Amiga de sus amigos. Perfecta como eslabón entre grupos. Su múltiples habilidades provocaban que todos los equipos de trabajo que ella lideraba se sintieran en familia. Algo difícil de lograr teniendo en cuenta que trabajaba investigando las economías emergentes tras la caída del Muro de Berlín y del comunismo. Sentada en el auditorio de la universidad, escuchando lo que todos dicen de ella y, concretamente, cómo su tío le regala adjetivos pienso que Olga es afortunada. Parece incomprensible dadas las circunstancias. Sin embargo, más de uno podríamos darnos con un canto en los dientes si, después de nuestra desaparición, nos siguieran recordando y siguiésemos siendo queridos.

El caballero polaco, a quien conocí hace tantos años, es el tío de Olga. Ése a quien encontré en el lugar y en el momento adecuados. El mismo que me trajo a Israel. Gracias a él he podido saber qué hacía y cómo era ella. Darme cuenta de que, pese a los años transcurridos, todavía la quieren. En el fondo, la vida no es más que esto. Amar y ser amados. Añorar y ser añorados, pese a no estar presentes. Reunirse en torno a una mesa y, entre amigos, recordar cuán genial ha sido alguien. Abro los ojos y me dispongo a decírselo a todos aquellos a los que quiero y sí están aquí. Sólo por eso, gracias, Olga.