Vayamos primero con las cuestiones esenciales. ¿Tiene sentido el pacto global que han alcanzado Unió Mallorquina y el PSOE (sin menospreciar, por supuesto, al Bloc)? Así parece ser, en principio y a resultas de que el Partido Popular se saque un conejo milagroso de la chistera en el último momento. Pero sigamos con las dudas, que pueden plantearse en términos aún más amplios. ¿Resulta legítimo que lleguen a un acuerdo de Gobierno los partidos que, uno a uno, fueron menos votados por los electores? ¿Es presentable que quienes sacan un porcentaje inferior al diez por ciento de las papeletas brinden con champán mientras que aquellos que superaron el cuarenta por ciento pongan cara de entierro? ¿Cabe dar por bueno que el poder político no sea proporcional en absoluto a los votos recibidos? Las respuestas a todas esas preguntas son clarísimas: mientras sigamos con el mismo procedimiento electoral, sí. Por más que la ciudadanía se escandalice, la ley d´Hondt tiene esas cosas.

Si quienes se llaman a escándalo hiciesen unas cálculos bien simples antes de ir a votar o dejar de hacerlo, tal vez no se darían tantos lamentos postelectorales como los que estamos viendo por parte de quienes habrían preferido una victoria del Partido Popular y remolonearon a la hora de acercarse por las urnas o, peor aún, cometieron tonterías con su papeleta como la de tachar en ella algún nombre. Pero las cosas están como están y, puestos a escandalizarnos, tal vez sería cosa de torcer el gesto cuando, tras el acuerdo entre la izquierda y el nacionalismo de ayer, queda éste a resultas de que haya alguien que ofrezca más. Expresar de manera tan convincente que estamos en un mercadeo puede ser síntoma de sinceridad, torpeza o pérdida completa de cualquier sentido común acerca de lo que significan los votos. Elijan ustedes la interpretación mejor.

Sea como sea, hay acuerdo salvo que la subasta contemple en el periodo de prórroga una puja excepcional. Como no parece que vaya a ser así, viviremos la reedición del Pacto de progreso, ampliada en este nuevo caso hasta alcanzar la alcaldía de Palma. Y con algunas diferencias de peso. Es de esperar que la mayor de ellas sea pedagógica, que los partidos pactantes hayan sacado enseñanzas imprescindibles de la aventura que tan mal acabó hace cuatro años. Lo contrario sería difícil de entender. Pero los cambios van más lejos: Unió Mallorquina (UM) ha optado por hacer valer su imprescindible apoyo desechando las presidencias, incluso la bien emblemática hasta ahora del Consell de Mallorca, para obtener a cambio áreas de gestión que interesan al partido. Al menos se salva la estética, al presidir el partido más votado de entre todos los que han alcanzado el acuerdo. A partir de ahí aparecen los matices -los flecos, se les llama de forma oficial- y las precisiones acerca de si habrá una superconcejalía o no en Palma, si todo el medio ambiente -¿y qué decir de la gestión urbanística?- quedará en manos de UM y si la suma de presupuestos que manejarán unos y otros resulta satisfactoria para todos. La oferta, al decir de los socialistas, es generosa. ¿Y el resultado? Depende de cómo se valore, por supuesto. En espera de que unos sistemas electorales más sensatos impidan subastas, ofertas generosísimas, componendas y pactos postelectorales por más que esta vez, esperémoslo, salgan a la postre muy bien.