Estaba buscando información sobre un mambo que tuvo cierta popularidad a comienzos de los años sesenta, El Watusi, del portorriqueño Ray Barretto, cuando me entero de que le han dado el premio Príncipe de Asturias de las Artes a Bob Dylan. En la misma convocatoria, me parece, era candidato Ferran Adrià (el artista del hambre, o el Houdini de la gastronomía, como prefieran llamarlo), pero Bob Dylan no tiene nada que ver con el arte conceptual ni con el ilusionismo con fines delictivos. Es otra cosa. ¿Qué? Desde luego que es difícil de explicar. A mí, en concreto, nunca me cayó bien, ni nunca creí que fuera el gran poeta que dicen, ni nunca soporté sus letanías antibelicistas o sus monsergas sobre la vida y la muerte, pero es difícil encontrar a un músico mejor que él. E incluso me atrevería a decir que es imposible encontrar a un cantante mejor que él.

Y eso que muchas mujeres sufren prolongados ataques de angustia cuando oyen su voz gangosa, sobre todo si después suena la armónica. Lo he podido comprobar de formar experimental con varias invitadas que he tenido en casa. Podía ponerles cualquier disco -desde la Incredible String Band hasta Luis Cobos- y no pasaba nada. Pero si ponía un CD de Bob Dylan, al instante había una que se revolvía en el asiento o derramaba el vaso o se quejaba de un repentino ataque de migraña. Y con los niños, el efecto de Dylan es mucho más nocivo aún. He detectado erupciones cutáneas, brotes psicóticos, desórdenes alimentarios, vómitos y hasta casos virulentos de hidrofobia (en especial con Maggie´s farm). Por cierto, debería investigarse si las víctimas de los asesinos menores de catorce años estaban escuchando a Bob Dylan cuando fueron descuartizadas por un chiquillo armado con un cuchillo jamonero. Al revelar todos estos trastornos de conducta, no estoy intentando quitarle méritos a Bob Dylan, por supuesto. Si también le han dado el premio a Fernando Alonso -inductor de miles de accidentes automovilísticos y de millones de infracciones viales-, no veo por qué no se lo pueden dar a él.

Al fin y al cabo, Bob Dylan está por encima de todas estas cosas. No conozco a ningún músico importante del rock que no haya aprendido de su música. Por mucho que busquemos, es imposible hallar a alguien que no haya sufrido su influencia o que no haya compuesto de otro modo después de escuchar a Dylan. Incluso los más raros y los más refractarios al contagio musical -se me ocurren Frank Zappa, o Captain Beefheart, o Miles Davis- han descubierto algo nuevo en él. Si en el rock existe una figura equivalente a Bach, sin duda es Bob Dylan.

Repito que hay canciones de Dylan que me parecen insoportables. Ya he citado Maggie´s farm. Puedo citar otras muchas: Subterranean homesick blues, Ballad of a thin man, Hurricane, Blowin´ in the wind, Masters of war y el recitado de A song to Woody (y eso que adoro a Woody Guthrie). Y hay muchas más. Estas canciones me ponen de mal humor, incluso creo que me producen brotes psicóticos o desórdenes alimentarios, igual que a los niños. En general, el Dylan político y sermoneador me pone de los nervios. Pero eso no significa nada. Si en algún momento suena It ain´t me babe, o Visions of Johanna, o Forever young, o Girl of the north country (con Johnny Cash), o Idiot wind, o When the deal goes down, de pronto sé que no hay una sola canción del mundo que pueda sonar mejor. Ninguna. En ningún sitio. Nunca.

En Manila hay un local en el que todos los camareros son enanos (no le veo el atractivo, pero al parecer figura en todas las guías como uno de los lugares que hay que visitar). El local se llama The Hobbit House y se parece mucho a cualquier pub irlandés más o menos fraudulento. Recuerdo una noche en la que no había clientes, sólo un filipino, no sé si profesional o aficionado, que cantaba en el escenario con una guitarra y una armónica. Le pedí una canción de Leonard Cohen. No conocía ninguna. ¿Y Dylan? El chico sonrió. Sí, claro que sí, podía tocar una. Volví a mi mesa, esperando una versión desganada de Blowin´ in the wind. Pues no ocurrió nada de eso. Lo que llegó del escenario fue una tormenta de rayos y truenos. Muy pocas veces he sentido lo mismo. Un cantante anónimo, una ciudad que no conocía, un bar atendido por enanos. Y de pronto la música de Knockin´ on heaven´s door. Pero no, claro que no era música. Era otra cosa. ¿Qué? Todavía lo ignoro.