El presidente del Gobierno y el jefe de la oposición, en contra de lo que auguraban los especialistas, han convenido en trabajar juntos para recuperar la confianza, el diálogo y la cooperación de cara a poder combatir de la mejor forma la vuelta del terrorismo etarra a las armas. Hasta ahí, el resumen de cualquiera de las portadas que los medios de comunicación han dedicado de manera profusa a la noticia. Tanta coincidencia no puede extrañar a nadie: al fin y al cabo Rodríguez Zapatero y Rajoy cerraban la puerta al enfrentamiento salvaje que ha sido la constante durante todo el tiempo transcurrido de la legislatura, algo que la práctica totalidad de los ciudadanos con interés por la política española les venían reclamando de manera insistente. Pero lo que sí extraña, y mucho, es que se haya tardado hasta tres años en reconocer lo evidente. ¿Tan espesos andan los estrategas de los partidos? ¿Tan grande resultará ser el tramo que les separa de la cordura?

Dando por sentado que estamos hablando de política y no de dolencias mentales, habrá que concluir que la escenificación de lo que podría calificarse como la vuelta a la normalidad en las relaciones entre Gobierno y oposición no es ni el resultado del azar, ni una carambola, ni el rescate repentino de un sentido común que se había perdido. Convengamos en que, hasta ahora, los dos partidos políticos mayores del Reino que se alternan en el ejercicio del poder ejecutivo habían seguido la lógica impuesta por el análisis racional de la situación y la búsqueda de determinados objetivos. Pues bien, ¿cuáles son esos? ¿Los de gobernar un país, o aspirar a hacerlo, buscando el bienestar de los ciudadanos, el mejor uso de los dineros públicos, la justicia distributiva y el imperio de la ley? No lo parece. Los indicios de la locura política vivida hasta hace bien poco apuntan hacia unas estrategias que se encaminaban a querer ganar las elecciones siguientes y hacer, en consecuencia, cualquier cosa que fuese necesaria para conseguirlo. Por más que rozara el disparate.

De ser así, un encuentro afortunado, un apretón de manos y unas declaraciones floridas tal vez sirvan de decorado para indicar que se va en el buen camino pero apenas van a lograr que vuelva la confianza de verdad, la de los ciudadanos en la clase política. Ha quedado demasiado maltrecha en los últimos años y necesitará de bastante más que unas palabras de diseño para que pueda recuperarse. Será necesario comprobar en qué medida es cierto que el Partido Popular va a apoyar sin condiciones al Gobierno en el fin común de derrotar la barbarie terrorista -etarra y no etarra- y que el Partido Socialista está dispuesto a tratar a la oposición de la misma forma que a quienes dan el apoyo parlamentario al ejecutivo, es decir, sin demonizar a los populares sometiéndoles al aislamiento absoluto.

¿Es eso posible? Tal vez. Por más que las heridas abiertas sean muchas, los riesgos del enfrentamiento permanente han quedado bien de manifiesto ahora que ETA vuelve por sus fueros. La postura beatífica parece ser hoy por hoy la mejor pero, ¡ay!, queda menos de medio año para que el clima preelectoral vuelva a remover las aguas. Y pese a que haya que dar por supuesto que ni socialistas ni populares están locos, a veces cuesta convencerse de que la cordura sea la virtud imperante en la política española.