Observo que algunos andan algo alterados por el asunto del himno español. El problema, por lo visto, es que no tiene letra. Otros afirman que sí la tiene. La de Pemán, si mal no recuerdo. En vista de los ejemplos de otros himnos, muchos de ellos con un alto nivel de colesterol patriótico, lo mejor es que el himno español siga como está. Sin letra. La Marsellesa es un himno sanguinario que incita a cargarse al otro. Els Segadors, tres cuartos de lo mismo. El utensilio para segar campos sirve también para segar cabezas no deseadas. Los himnos son canciones pegadizas y, por lo tanto, bastante peligrosas si uno se las cree a pies juntillas. Por ello, apelo al espíritu del indomable e iconoclasta Serge Gainsbourg, que transformó el himno francés en un bailable reggae. El suave balanceo del reggae antes que los ojos inyectados en sangre. Además, el cantante francés siempre dio muestras de tener un gusto excelente en materia de mujeres. Jane Birkin es tan solo un ejemplo. Desdramatizar siempre suele ser un ejercicio recomendable. Tomarse demasiado en serio no es bueno para la salud propia ni ajena. Así pues, andamos un poco alicaídos por falta de letra. El Atlético de Madrid es cantado por Joaquín Sabina. La ventaja que tiene el himno español sobre los demás es su carencia de letra. La oportunidad es inmejorable para redactar un texto moderno y exento de connotaciones sanguinarias. Tal vez, aquel la, la, la que cantaba Massiel sería una buena opción. Lo digo por lo de la letra, de fácil memorización. En el Mediterráneo solemos andar flojos en cuanto a himnos. Todos parecen una especie de opereta militar. El resultado es una melodía ramplona, una suerte de pachanga con ritmos de banda municipal. El himno inglés, el estadounidense y creo que el ruso son muy superiores en cuanto a calidad musical. Incluso el Cara al sol y La Internacional tienen su aquél si los comparamos con otros himnos a los que les sobra tanto bombo y platillo. Y trompeteo ensordecedor.

No es que uno sea alérgico a los himnos. Si se me irritan los ojos y la nariz y empiezo a estornudar sin parar no es a causa el himno en sí, sino de la absoluta falta de calidad musical. Cuando los poetas se ponen himnotizadores -y valga el neologismo- suelen caer en la lágrima fácil y en la pompa y -siguiendo con el juego de palabras- en la cara de circunstancias. Es muy bonito no saberse la letra. El placer de tararear es irrenunciable. Música sin palabras. Pieza instrumental. De esta manera nos ahorramos el peligro de ponerle letra a lo que no necesita palabras. La Balenguera no es un himno. Es una nana que nos va adormeciendo en el regazo de nuestra little queen para que nos gobierne con mimo. Ella ya sabe que hilar e hilar es un trabajo que al final siempre da sus frutos. Aunque, a veces, ese mismo hilo puede enredársele en los tobillos y darse un batacazo de órdago.

A mí me gusta, qué quieren qué les diga, ver cómo los jugadores de la selección española fingen patriotismo. Ese mismo patriotismo que demuestran las otras selecciones. ¿En qué piensan los futbolistas cuando suena el himno? Algunos dirán que esa falta de compromiso con la patria es un factor determinante en los fracasos sucesivos de la selección. Puede ser. Que se queden ahí como pasmarotes, mientras los jugadores ingleses, alemanes o franceses se llevan al unísono la mano al corazón es un contraste que a muchos les llama la atención. Pero es que hay melodías intratables, que no ayudan en nada. No sé, tal vez sería bueno probar con el Concierto de Aranjuez, pero creo que tampoco tiene letra. Suspiros de España es un himno muy oportuno, sobre todo por los suspiros. Por otro lado, una melodía muy bella. Las cosas como son. Hay otra opción para relajar absurdas tensiones: silbarlo. Un hombre que silba no puede hacer daño a nadie.