He de confesar mi sectarismo. Cegado como ando por la próxima efemérides que recordará dentro de once meses aquel mayo de París de cuarenta años atrás, perdido en la confusión de un mundo que ha sustituido la guerra fría de los dos Imperios por la caliente del terrorismo integrista, náufrago ante la quiebra de los valores de la Ilustración y huérfano de quien supiera cambiarlos por otros nuevos o, al menos, rescatarlos, no me daba cuenta de que el gran libertador ya ha llegado.

Se llama George Walker Bush -el nombre de en medio es importante para no confundirlo con otros libertadores de menor enjundia- y ha llegado a Europa a proclamar su mensaje en una ciudad tan significada al respecto como es la de Praga. Allí, inaugurando una conferencia internacional de disidentes políticos, Bush ha hablado claro. La conferencia la promovieron tres muy conocidos disidentes a su vez: Vaclav Havel, que alcanzó la presidencia checa, Natan Sharansky, preso en la Unión Soviética, fundador del movimiento político Yisrael B´Aliyah y ministro del gabinete de Ariel Sharon, y José María Aznar, de sobras conocido por los lectores, aunque, para disidente famoso, no hay que olvidar al ex-campeón del mundo de ajedrez y estrella de la conferencia Gary Kasparov. Pues bien, como decía, George Bush aprovechó su discurso inaugural para batir el cobre en defensa de la libertad, contra la falta de democracia en Rusia y en favor del despliegue del escudo de misiles defensivos que ha puesto de los nervios al premier moscovita Putin.

Lo maligno de un presidente -me refiero a Putin- que se formó en los arcanos de la KGB y gobierna lo que queda del imperio soviético con mano de hierro parecida a la de los zares no merece la pena ser enfatizado. Pero tal vez, de la mano del libertador Bush, podamos entender mejor lo que convierte a un país en poco democrático. ¿El amañar las elecciones de tal manera que ni los tribunales se atrevan a tirar de la manta? ¿El bombardear e invadir a los países que disponen de petróleo con el pretexto de que tienen, además, armas ocultas, y desentenderse de los que confiesan que las tienen pero carecen, por contra, de barriles de crudo? ¿El mantener presos y sin juicio a los prisioneros de guerra?

La clarividencia libertadora de Bush brilla como en ningún otro escenario gracias a la operación de los misiles. Sólo un loco tenebroso como Putin pensaría que son una amenaza contra Rusia cuando resulta evidente que se destinan a parar una futura y probable agresión iraní. Verdad es que los misiles van a desplegarse cerca de Moscú, en Polonia y Chequia, dejando, pues, en el desamparo a toda la Europa del Sur ante un eventual ataque persa pero, ¿hay mejor metáfora de la libertad que la de poder plantar armas -tras fábricas de refrescos y restaurantes de hanburguesas, un primer paso imprescindible- en lo que hace un cuarto de siglo era territorio del Telón de Acero?

Mi sectarismo no ha desaparecido por completo toda vez que me cuesta creer, pese a que el libertador Bush lo afirma, que la libertad no es un imperativo moral sino un medio de protegerse. Cuando lo aceptemos, desaparecerá la injusticia del mundo porque, ¿quién no apuesta por la libertad si permite ésta poner los escudos de armas en el patio del vecino de enfrente?