Las elecciones en España han producido un resultado que se puede calificar de empate técnico: 160.000 votos más para el PP y probablemente más poder territorial para el PSOE.

Pero han producido también un resultado psicológico inesperado: El PP se siente vencedor y el PSOE perdedor. Bastaba ver la celebración en la calle Génova de Madrid, sede del PP, con Rajoy y los suyos exultantes como si hubieran ganado ya las legislativas después de la inesperada derrota de 2004, en contraste con la comparecencia de Pepiño Blanco en TVE. Pero este resultado psicológico es engañoso. Ni tanto ni tan calvo. La causa hay que buscarla en el descalabro socialista de Madrid, 390.000 votos de diferencia perdidos a pulso con un importante desgaste personal del propio Presidente del Gobierno.

Las percepciones son importantes y puede que se haya comenzado a diseñar un nuevo mapa político en España, impensable hace pocas semanas. No digo que vaya a ocurrir, digo que ahora es una posibilidad y antes no lo parecía. Para que ocurra, el PP necesita mantener movilizado a su electorado y evitar que se movilice el del PSOE donde no son pocos los socialistas disconformes o simplemente desconcertados por algunas políticas de Rodríguez-Zapatero, gentes que nunca votarán al PP pero que pueden decidir quedarse en casa. A partir de ahora Rajoy deberá tender a rebajar con tiento el listón de la confrontación aunque seguirá mordiendo cuanto pueda con la política antiterrorista, que tan buenos resultados le ha dado. Otra cosa que deberá hacer el PP es restaurar con el nacionalismo moderado los puentes que dinamitó el segundo mandato de Aznar, eficaz como nadie en su lucha contra ETA pero equivocado de lleno en la forma en que trató a PNV y a CIU. Algo había comenzado a moverse en ese terreno y la tendencia puede ir a más a partir de ahora.

Si esta puede ser la estrategia del PP, al PSOE le interesa exactamente lo contrario: Movilizar a su electorado socialista y a otras izquierdas desmotivadas y evitar que el PP se acerque a posiciones centristas, tratando de radicalizarlo ante la opinión pública. Para eso deberá hacer una política más agresiva, levantando algunas banderas que susciten apoyos (¿centrales nucleares?) entre las izquierdas y sin descartar provocar en sectores de la derecha una cierta crispación que favorezca sus intereses.

El resultado es que nos espera una campaña electoral que comenzará tras el verano, que será muy larga, muy tensa y que nos dejará a todos agotados.

En Balears hay gente que conoce mucho mejor que yo la situación y lo que aquí ha ocurrido en las elecciones, pero a simple vista ha pasado lo contrario. El PP ha obtenido un 46% de los votos y ha estado a un pelo de un resultado histórico con mayoría absoluta en el Parlament, en los Consells de Mallorca, Menorca e Ibiza y en el Ajuntement de Palma y acabó perdiendo las cinco elecciones en el tramo final del recuento, a veces por un puñado de votos. Una auténtica ducha escocesa que ha producido una sensación de derrota en el PP y de victoria en el variopinto conglomerado opositor. También aquí ambas sensaciones son falsas, ni unos han ganado ni otro ha perdido porque sigue siendo la fuerza política hegemónica y porque la llave la tiene un tercero en discordia en conformidad con la Ley Electoral, lo que deja todas las opciones abiertas, como se dice en diplomacia. Lo único que ahora podemos pedir a nuestros representantes es que actúen con altura de miras y antepongan los intereses generales a los propios. No les será fácil. Pronto saldremos de dudas.

(*) Diplomático