Al margen de preguntarse retóricamente quién ha ganado las elecciones, debate estéril porque la Ley Electoral es la que es y no vale demonizarla cuando lo que sale de ella no gusta, lo que de verdad se plantea después del 27 de mayo es la gran apuesta estratégica a la que puede optar Unió Mallorquina. Veamos: por primera vez desde 1983, la derecha conservadora, encarnada por el PP, que nunca ha perdido del todo el control de las instituciones de Mallorca (en 1999 conservó el Ayuntamiento de Palma y lo utilizó a conciencia para resguardar su estructura en la Isla), se puede ver condenada a una impredecible travesía, no sé si del desierto o a ninguna parte, desprovista de todos los resortes del poder. Por primera vez, el PP corre el peligro de estar en todas las intituciones en la oposición, con las dramáticas consecuencias políticas que de ello se derivarían.

Un PP condenado a la oposición absoluta se queda, según análisis de los sociólogos políticos, sin el llamado voto cautivo que moviliza en las citas electorales. La pérdida de este voto cautivo, cifrado, por lo bajo, en el diez por ciento, dejaría al PP, en las elecciones de 2011, lejos, muy lejos, de la posibilidad real de recuperar la mayoría absoluta. Paralelamente, UM podría incrementar su cuota electoral seguramente en parecidos porcentajes, con lo que, considerando una posible clonación, esta vez con garantías, en Menorca y las Pitiusas, dibujaría el escenario siempre soñado por el centro liberal-nacionalista: la consolidación de una fuerza política similar a la que en Cataluña representa Convergéncia Democrática. Es un mundo de pesadilla para el PP. Sus reiterados intentos de aniquilar a Unió Mallorquina se han debido siempre a que le aterra esta posibilidad, porque sabe que, de materializarse, el futuro que le aguardaría sería negro, muy negro. Para comprobarlo, basta con preguntar al PP catalán cómo se vive habitando permanentemente en las tinieblas exteriores, lugar en el que el frío es intenso.

Es, por supuesto, una apuesta arriesgada, puesto que, para un partido como UM, pactar con determinadas fuerzas políticas situadas a la izquierda del PSOE significa tensar la cuerda a veces más de lo deseable. El pacto del 99 lo puso de manifiesto, aunque en 2003 el partido que preside Maria Antònia Munar ganó cuota electoral, al igual que la ganó cuando, en el Consell de Mallorca, se formalizó la primera alianza de centro-izquierda liderada por Munar. Fueron otros los que la perdieron cuatro años atrás. Y el desplome, no se olvide, se produjo en Ibiza y en Formentera. Los causantes del desastre tienen nombre. De ellos, nunca más se ha sabido.

La cuerda puede tensarse mucho, pero el resultado que han dejado las elecciones es el que es y no hay otra que, a partir de él, tratar de cuadrar las cuentas, si es que se decide que quiere hacerse. Además, en política las oportunidades hay que aprovecharlas cuando se presentan y la que ha deparado el 27 de mayo es de las que hacen historia. El PP se proponía acabar con UM. Matas quería vampirizarla, abducirla, como en su día lo pretendió con otros modos Gabriel Cañellas; por segunda vez al PP le ha salido rematadamente mal la torticera jugada, pero, si se le presentase una tercera oportunidad, a lo mejor acertaba.

No se deje de lado la fábula del escorpión y la rana: el primero le pide a la segunda que le ayude a cruzar el río; la rana lo sube a sus espaldas, después de que el escorpión le prometa que no la picará. En mitad de la corriente, el escorpión lanza un picotazo a la rana y ésta, moribunda, le interroga: ¿por qué lo has hecho? ¿No te das cuenta de que los dos nos vamos a ahogar? A lo que el escorpión replica: está en mi naturaleza hacerlo.

José Jaume es periodista.