La llegada, francamente amistosa, de Sarkozy a España, restablece una relación cooperativa que ha sido un elemento clave de nuestra política exterior y de nuestra pertenencia europea. La decisión de Aznar de aliarse estrechamente con Bush en la iniciativa iraquí, frente a la renuencia de París a involucrarse en el conflicto, generó una congelación del eje Madrid-París, siempre muy activo. La llegada de Zapatero al poder supuso la reanudación de la relación, pero ya Chirac, en franca decadencia, no era el interlocutor animoso con el que diseñar grandes proyectos. Máxime cuando Francia rechazó en referéndum, en mayo del 2005, el tratado constitucional europeo que España había ratificado por el mismo medio en febrero de aquel mismo año. Aquel gesto de París era además la señal de que Francia y Alemania habían de proceder, sin más demora, a una profunda renovación interior que oxigenara la decadente Unión Europea. Alemania lo hizo en noviembre de 2005, cuando Merkel se puso al frente de una "gran coalición"; Francia acaba de hacerlo ahora, situando a Sarkozy al frente del proceso reformista.

El viaje de Sarkozy a Madrid perseguía como principal objetivo concreto la adhesión española a la propuesta francesa de una Constitución ´reducida´. Zapatero, pragmático, ha aceptado en principio semejante simplificación Pero España es el país más importante de la UE que ratificó la fallida constitución europea mediante referéndum; una constitución que fue en conjunto aprobada por 18 Estados... Parece lógico que en este proceso de digestión y reducción que se disponen a emprender Francia y Alemania, España se reserve el papel de guardián de las esencias europeístas que, junto a una infumable e inextricable maraña administrativista, inspiraban la propuesta anterior. En definitiva, el acuerdo mostrado por Madrid al procedimiento debería proporcionar a España la contrapartida francoalemana de una participación intensa en la elaboración y fijación de los contenidos.

El viaje de Sarkozy a España ha sido asimismo muy ilustrativo en otro aspecto vital para nosotros, el de la política antiterrorista. Sintéticamente, el francés nos ha prometido que "jamás" hará de este "tema de Estado" uno de "política interna". "Ni en Francia ni en España", ha advertido, para añadir inmediatamente que "no es el Gobierno francés el que tiene que decir lo que tiene que hacer el Ejecutivo español". La de Sarkozy es la única posición aceptable, que debería analizar con algún cuidado el principal partido de la oposición: el terrorismo es un asunto "de Estado" y es el Gobierno español el que debe marcar en exclusiva la política antiterrorista.

Sarkozy, opuesto con beligerancia al ingreso de Turquía en la UE, lleva en cartera la propuesta todavía inconcreta de una Unión Mediterránea formada por los países comunitarios ribereños, Magreb, Libia, Egipto, Israel, Líbano y Turquía. La iniciativa subsumiría el diálogo euromediterráneo de Barcelona promovido por España. Dicho proyecto, apenas enunciado, ha de acogerse positivamente pero con condiciones. Primero, habría que ver si no es más razonable vitalizar el Proceso de Barcelona. Segundo, debe medirse el riesgo de que esta construcción no incremente el desinterés de los países europeos no ribereños por el Mediterráneo. Tercero, habrá que ver, obviamente, si Turquía acepta este premio de consolación tras la vejatoria negativa a ingresar en el club de los elegidos.

En cualquier caso, la buena noticia es que, después de años de postración, la relación bilateral hispano francesa se activa y se anima, al tiempo que París emprende su renovación interior que debería desembocar en una recuperación económica y social del país vecino. Una recuperación que sólo puede beneficiarnos a los españoles, primeros clientes y primeros proveedores de los franceses.