¿Ha leído usted el proyecto de reforma del Estatut de Cataluña? Puede que lo haya leído y tenga criterios propios sobre el mismo. O, puede que no lo haya leído y se deje llevar por los criterios de los demás. Imagino que la gran mayoría no lo ha leído, por dos razones. Porque piensan que no les afecta, es un asunto de Cataluña. O, porque los proyectos de ley son una de las cosas más aburridas que se puedan leer y más vale que lo hagan los entendidos. Pero no todos los entendidos opinan igual. Además habría que distinguir entre los especialistas en el tema y los políticos y sus auxiliares de los medios que opinan por boca de ganso, que son una pandemia.

La cuestión de si Cataluña es o no una nación, que lo es, es irrelevante y no conlleva más que reconocer el derecho a la diferencia y a partir de ella desarrollar sus propias potencialidades. Sólo los ignorantes o los que actúan con la consabida mala fe pueden creer que siendo Cataluña una nación la llamada cohesión española va entrar en crisis. ¿Qué crisis? ¿La III República? ¿Económica? Seamos serios. La compleja economía catalana depende del mercado español y sólo en las últimas décadas ha empezado a ser exportadora, especialmente y como es lógico, hacia países de la Unión Europea. Además, las organizaciones empresariales -más bien siempre conservadoras- y sindicales -poco o nada nacionalistas- catalanas apoyan la reforma del Estatut.

¿Crisis del sistema constitucional? Aunque sea farragoso, léase el proyecto de reforma y se verá que tal crisis no puede surgir del proyecto sino de los que se oponen al mismo. Acudo a libros de mis tiempos universitarios. Por ejemplo, el capítulo dedicado a explicar la soberanía y como se concreta en los poderes del Estado ejercidos por el Gobierno: declarar la guerra y hacer la paz; dirigir las relaciones internacionales con otros Estados; nombrar y recibir a los representantes diplomáticos; negociar, ratificar e implementar los tratados internacionales; regular el comercio con los otros Estados; establecer las normas de la nacionalidad e inmigración; adquirir o ceder territorio nacional; prevalencia de las leyes generales internas sobre las particulares de las regiones, etc. Pues bien, el proyecto de reforma no afecta a ninguno de los anteriores poderes del Estado, excepción hecha en lo referente a las leyes internas de carácter general en las que la Generalitat tenga competencia exclusiva, como sería el derecho civil propio, lengua, cultura y unos genéricos derechos históricos por concretar.

En aquellos años universitarios la idea de Europa era una utopía. Ya no lo es tanto y el concepto de soberanía, al menos de hecho, tampoco es como el de entonces. En cada uno de aquellos poderes, el Estado español, igual que los otros Estados, ha dejado de ser soberano y debe de acomodar sus leyes, y el Gobierno sus decisiones, a los principios que emanan de la Unión Europea (o de la NATO). ¿Por qué tanta demagogia con este asunto de la soberanía o que se va a un estado confederal? Hay una razón, frívola e irresponsable, pero de mucho peso: el anticatalanismo da votos. Claro, las elecciones se ganan con votos y no con rosarios de la aurora. Pero, no todo debiera valer y el interés general debería de prevalecer. Y desde el momento que la reforma del Estatut para nada afecta al interés general ni a la soberanía residual del Estado, usar la demagogia y no la pedagogía, es jugar con fuego. Cataluña no es un problema policial, que es lo que parece que algunos quisieran.