Ahora que están juzgando a Sadam Husein, tal vez sea bueno recordar que hace días salió en la prensa la noticia de que el presidente de los Estados Unidos les contó a los miembros de una delegación palestina que Dios le había sugerido invadir Irak para terminar con la tiranía existente allí. La Casa Blanca desmintió de inmediato el rumor, calificándolo de absurdo. Tal vez sea falso pero absurdo, no veo por qué razón habría de serlo. El presidente Bush se ha confesado creyente y, aun más, devoto del cristianismo. Por otra parte, sus actuaciones en política exterior -de las de dentro de su país mejor no hablamos- lo retratan muy bien como alguien que se siente llamado a cumplir misiones históricas. El cruce de ambos rasgos de personalidad propicia el oir llamadas divinas si, como es el caso, éstas confirman lo que de antemano se tiene por misión primordial en la vida. Los ejemplos son muchos y, de acudir a la poesía mística, lo raro es no encontrarlos.

Más extraño resulta que la llamada de los cielos a Bush se airease ante una delegación de personas que, en su gran parte, profesan un credo distinto al del presidente. Abundan también las manifestaciones de imperativo divino en el Islam pero, por razones bastante claras, no suelen darse por ciertas las manifestaciones paralelas en las filas de la otra religión. Por más que desde el Islam se hagan plausibles esfuerzos de ecumenismo ampliando no poco los niveles de tolerancia -de por sí más bien reducidos- ante el infiel, no se ha llegado al extremo de considerar "verdadero" al dios de los otros. Siendo así, cabe esperar que se tome con escepticismo la conversación que cualquiera pueda mantener con un ídolo falso. Pero en la medida en que la misma noticia de las charlas trascendentes de Bush añadía que dios le había encomendado también al presidente la tarea de poner paz en Oriente Próximo, es de suponer que la delegación palestina tomase como un buen augurio cualquier mandato en ese sentido. Incluso si llegase de un Satanás disfrazado. Son tan pocas las esperanzas allí, en Palestina, que se suspira por la llave para abrir una puerta ya demasiados años tapiada.

Pero en realidad lo que debería preocuparnos a nosotros no es tanto el que los musulmanes en misión diplomática pongan buena cara ante las revelaciones -si fueron ciertas- del dios cristiano como el hecho de que esa noticia nos pareciese a nosotros, católicos o protestantes occidentales, algo de lo más normal. No conozco a nadie que reaccionara ante la revelación como lo hizo la Casa Blanca, tachándola de absurda. Muy al contrario, fue tomada de manera bien amplia por algo del todo normal. No me refiero al hecho de que dios proporcionara instrucciones al presidente Bush, sino al detalle de que éste dijese tal cosa -si la dijo- ya se lo creyera él mismo o no. El proverbio del si non è vero, è ben trovato, resulta de certera aplicación.

Puede que Bush no dijese nunca que dios le habla. Puede que lo dijera y no fuese sino un recurso para justificar sus propias decisiones. Pero también puede, por último, que el presidente oyera a dios diciéndole -¿en inglés?- esas cosas. En este último caso, existe un manual de consulta para los profesionales de la medicina que describe bien tal síntoma. El manual se llama DSM-IV , y el diagnóstico asociado advierte acerca de los riesgos que suele sufrir quien oye semejantes voces. No digamos nada ya si, a continuación, invade Irak.