En cierta ocasión, al escritor británico Chesterton un periodista francés le hizo una pregunta tópica: ¿qué opinaba de los franceses? Situémonos. Chesterton visita Francia. Como goza de cierta popularidad por su creación literaria más célebre, el Padre Brown, es entrevistado en una rueda de prensa por varios periodistas franceses y algunos corresponsales de diarios ingleses. Chesterton, al margen de la rareza de ser católico, representó, como Kipling, la quintaesencia de lo británico. O sea, que la preguntita en cuestión invitaba a contestar sin salirse del territorio de los tópicos: el tópico del personaje extravagantemente inglés que opina mal, a ser posible con una irónica paradoja, de sus vecinos franceses, cuyo carácter nacional es, según los tópicos, irreconciliable con la tópica idiosincrasia británica. Chesterton, ante la expectación general -todos imaginaban una invectiva contra "lo francés"-, imagino que encogiéndose de hombros, desde el fondo de sus gruesos lentes de miope, contestó que no podía contestar a la pregunta, pues no conocía a todos los franceses. No era sólo una forma de esquivar la pregunta. Era también una forma sutil e inteligente -Chesterton era inteligente incluso cuando se equivocaba, y lo hacía a menudo- de dejar en evidencia la errónea simplificación que representa cualquier tópico sobre el carácter nacional de los pueblos.

Los tópicos surgen de un proceso de generalización y toda generalización es invariablemente injusta y limitada. Injusta porque deja de lado y olvida la especificidad de los individuos que no responden al tópico, que incluso lo desmienten; limitada pues simplifica extrayendo sus conclusiones sólo de las coincidencias entre individuos que comparten algunos rasgos, sí, pero que, en realidad, serían muy diversos si los contemplásemos de forma más completa y profunda.

La mayoría de gente que conozco bien -en la medida en que el ser humano es capaz de conocer a su prójimo- tiene ideas diversas y se enfrenta a las vicisitudes de la vida cotidiana de maneras muy diferentes. Con el conjunto de personas con las que suelo relacionarme me confieso incapaz de elaborar ninguna generalización sobre el carácter nacional de ningún sitio. Ninguno de ellos responde plenamente a ninguno de los tópicos que circulan por ahí sobre el carácter español, mallorquín, catalán, etc. Algunos, ni siquiera un poco. ¿Qué ocurre? Que cuando nos acercamos al individuo, desaparece el tópico, que sólo es válido aplicado a una masa de gente a la que apenas hemos tratado. No conozco nadie dispuesto a erigirse a sí mismo como ejemplo de ningún tópico. Sin embargo, todos hemos generalizando sobre los demás aplicándoles lo que los tópicos nos habían enseñado previamente de ellos. Todos hemos hablado en términos generales del carácter alemán o italiano, por poner dos casos de naciones europeas sobre cuyo carácter nacional se han vertido ríos de tinta, hasta que hemos conocido de cerca a individuos alemanes o italianos, los cuales, invariablemente han desmentido todos los tópicos. Y, claro, una de dos: o bien sólo conocemos excepciones a la regla, o bien la regla es errónea. Los tópicos sobre el carácter nacional son muy útiles para hacer chistes. Creo que no sirven prácticamente para nada más.