Veintidós meses después de ser capturado, el sátrapa Sadam Husein se enfrenta por primera vez a la justicia del país al que sometió durante más de veinticinco años. En este primer proceso, el depuesto dictador iraquí responderá del asesinato de 143 chiíes en 1982. Pero este juicio, el primero de los que se le seguirán por los sucesivos episodios de genocidio que se le imputan, no sólo depurará las responsabilidades del dictador: también podrá a prueba a la coalición anglo norteamericana que llevó a cabo la ilegal ocupación del país y que ahora sienta al tirano en el banquillo. Y de momento, no parece que el Derecho salga muy bien parado: Sadam será juzgado por un Tribunal Especial de cinco magistrados ´ad hoc´ que se han preparado durante 18 meses en el Reino Unido, que no goza de la confianza de la clase jurídica iraquí ni de buena parte de las organizaciones de defensa de los derechos humanos. Y, además, el dictador podría ser condenado a muerte, ya que la pena capital ha sido reinstaurada en el país.

Es evidente la dificultad de juzgar a un personaje tan siniestro, fautor de la repulsiva represión de su pueblo durante décadas. Pero la balbuciente democracia iraquí recibirá un mensaje equivocado si este juicio se convierte en una sádica venganza y en un espectáculo de simétrica atrocidad.