Uno de los más brillantes ministros que tuvo la UCD, actualmente ocupado en un relevante quehacer semipúblico, me hacía ver hace poco que, en tanto la clase política naufraga en el intento de hallar un buen consenso en torno a la educación obligatoria y se entretiene en espectaculares reformas institucionales que nadie demanda y que con toda probabilidad influirán bien poco en el bienestar de los ciudadanos, nadie se ocupa de acometer la reforma sin duda más urgente si de verdad se quiere que este país se mantenga en uno de los lugares punteros del desarrollo mundial gracias a la innovación tecnológica que nos aporte cada vez más productividad: la reforma de la Universidad.

En la conocida clasificación de las Universidades de todo el mundo que han hecho los chinos, la primera española es la Autónoma de Madrid, bastante por detrás del centésimo lugar. Y no hay ningún instituto o centro español de investigación de Física o de Química con relevancia internacional. Nuestra universidad está, en fin, postrada y mortecina.

No basta con dedicar más recursos a I+D en los Presupuestos ni con enjaretar bellos discursos sobre la modernidad para que la innovación y la inteligencia obren el gran milagro del progreso. Y aplazar las grandes tareas pendientes hará cada día más difícil recuperar el paso entre los codazos de nuestros competidores.