Ayer, la sociedad británica, con la reina y el primer ministro a la cabeza, ofreció una gran fiesta en un hotel de Londres a Margaret Thatcher, quien cumplía ochenta años. Pocos homenajes puede haber más merecidos: quince años después de su retirada de la política, la vieja ´Dama de Hierro´, ajada, viuda y triste, puede alardear de haber producido un cambio sin precedentes de cuyas rentas todavía proviene la prosperidad británica que gestiona Tony Blair, su enemigo político.

La política, siempre paradójica, ha provocado una llamativa malversación de la herencia de Thatcher: sus epígonos ´tories´ han fracasado estrepitosamente, en tanto el Nuevo Laborismo, de la mano de Blair, se ha aprovechado de las grandes reformas que aquélla impulsó para situar al Reino Unido en una magnífica senda de prosperidad.

La Thatcher pertenece, en fin, a una generación política de dinosaurios europeos que, con escasísimas excepciones, no ha dejado descendencia. Thatcher fue, sobre todo, una estadista porque fue visionaria. Se anticipó a su tiempo, y hoy todavía las ideas europeas viven, de un modo u otro, de su legado inquietante, árido pero certero y premonitorio.