El infierno en vida del ser humano ha tenido históricamente forma de muro, valla, verja... en definitiva, frontera infranqueable. Siempre ha habido una alambrada de espinos que atrapa y desgarra sueños de libertad. Que se lo pregunten a los miles de refugiados republicanos, supervivientes de la guerra civil, que la dulce Francia alojó en 1939 en el campo de concentración de Argelès, que jamás vieron el horizonte si no era detrás de una alambrada. O a los judíos prisioneros en el campo de Birkenau donde los nazis montaron una valla electrificada que la única liberación que ofrecía a los prisioneros judíos era la del suicidio para evitar una muerte denigrante. Esta valla existe todavía y su supuesto valor ejemplarizante de lo que no tiene que volver a ocurrir es hoy un sonoro fracaso.

Los pueblos se han machacado a golpes de vallas, verjas y muros. A la que aparece una alambrada con púas, malo. Que se lo pregunten a los 400.000 judíos de Varsovia cuando en otoño de 1940, los mismos nazis los aislaron del mundo exterior rodeándolos con una alambrada de espinos. Ni el más pesimista acertó la intensidad del horror que les esperaba.

Hace un año Sharon, a su vez, construía un enorme muro que encarcelaba a miles de palestinos en Cisjordania. El muro de Berlín, la verja de Gibraltar y miles de fronteras de púas el todo el mundo son el decorado indispensable de los dramas colectivos.

La valla fronteriza de Ceuta y Melilla no lo es menos. Lo que allí está ocurriendo es la más perfecta visualización del drama de los dos mundos. Se trata de la frontera que separa la mayor diferencia social del mundo. Ni siquiera la de Estados Unidos con Méjico separa tanta desigualdad. Pocos kilómetros al norte, Marbella sin ir más lejos, es el emporio de la riqueza y el despilfarro. Hacia el sur, sin embargo, no existe más que el horror creciente de la miseria sin esperanza. ¿Y quien va a querer quedarse abajo sufriendo miseria si sabe que arriba viven en la prosperidad? Los de arriba tendríamos que recordar que este planteamiento tan simple ha sido el origen de todas las revoluciones -unas más violentas que otras, pero siempre violentas- desde el principio de la historia. Es más, los de arriba siempre hemos dado el apoyo intelectual a esas revoluciones de la igualdad. Sobre los papeles, claro.

Marruecos dice ahora que rescatará a los cientos de subsaharianos que había abandonado a su suerte en algún lugar desértico al sur de su frontera con Argelia. Se trata de escarmentar y desorientar a estas personas que osaron un día pasar la valla y coger un número para una vida mejor. Vagan perdidos, sin alimentos, por lugares desconocidos. Por su inesperada notoriedad en los medios alguien se encargará de ellos. ¿Pero quién se encarga de los cientos, de los miles, millones de africanos que no muy lejos de allí, en Sudán, en Etiopía, en Nigeria, en Mali... navegan igualmente a la deriva en tierras polvorientas?

Las escenas de Ceuta y Melilla son el fresco más perfecto de la vida cotidiana del planeta Tierra en el siglo XXI. Hay incluso una extraña paradoja. La Guardia Civil, se encarga, con todos sus medios, de que nadie traspase ilegalmente aquella frontera. Si es necesario, y ante avalanchas numerosas, lo hace de forma contundente. Pero cuando uno de los subsaharianos a quien se intentaba repeler logra poner un pie en tierra española, automáticamente la propia Guardia Civil se encarga de él, lo lleva a curar si padece lesiones y lo envía a un centro de internamiento donde, en un entorno humanitario, le darán ropa, comida y alojamiento. Allí permanecerá unos meses hasta que se realicen los trámites de expulsión y sean devueltos de nuevo al otro lado de la valla. Hay algo de surrealismo en esa secuencia.

La valla, el muro, han perseguido al ser humano, tanto al colectivo como al individuo. Roger Waters escribió en 1979 la obra cumbre de Pink Floyd: El Muro. Relataba la larga agonía de un hombrea acosado por sus propias sombras, sus temores, sus odios y sus fantasmas y lo hacía con un sonido gigante y desgarrador. Sus productores utilizaron incluso el aletear de un helicóptero, efecto que en aquellos tiempos fue toda una innovación. Pink, el protagonista de la historia, no encuentra más que el refugio de la droga para romper el muro que él mismo se había creado a su alrededor.

Convendría que los de arriba, junto con los de abajo, encontráramos soluciones mejores para nuestros propios muros, vallas, verjas y demás artilugios separadores.

Jordi Bayona es periodista.