Nadie se inmiscuye en vidas u obras ajenas sin padecer un contagio, en muchos casos, trascendente. Particularmente con los chinos. Recuerdo una cena, en realidad mi mejor cena de todos los tiempos, en Singapur. Durante unas cuatro horas unas camareras desfilaban como ensoñaciones, sirviendo platos cuya memoria se iba grabando al conjuro de los silencios que provocaban sus sombras al pasar y desaparecer. En la mesa, a baja altura los platos perfumaban con sus aromas y deleitaban con sus sabores, dejando huellas indelebles en nuestros sentidos y en nuestros pensamientos, nada protervos, pero situados en una región donde nada se olvida. Eran las emanaciones del lujo asiático, chino por supuesto. Y es que a los chinos el lujo les va.

Según un estudio de Merrill-Lynch los chinos son los terceros consumidores mundiales de marcas de lujo (después de los americanos y los japoneses) y deberían ocupar el primer lugar en 2011, con un 25% del sector contra un 11% en la actualidad. Naturalmente el estudio de Merrill Lynch incluye a los chinos de la República Popular China (1.265.210.000 de habitantes y una renta per cápita de 750 dólares) a Singapur (con 3.278.000 habitantes y 30.170 dólares de renta per cápita), Taiwán (con 22.186.000 habitantes y 13.900 dólares de renta per cápita), Hong Kong (con 6.600.000 habitantes) y Macao (360.000 habitantes).

En la presentación de los resultados del 2.004 del grupo LVMH (Louis Vuitton, Moët Chandon, Hennessy) su presidente, Bernard Arnault, declaró Si China continua con su crecimiento al ritmo actual en una generación será el equivalente de Japón.

De hecho el motor de este desarrollo lo constituye una minoría que tiene una considerable capacidad de compra y que además viaja. Se considera que a partir de 2.008 el número de turistas chinos que viajará al extranjero alcanzará dos veces y media el volumen de los japoneses. Así, y según Merrill Lynch, de 5 a 10 millones de chinos (0,3% de la población) disponen de unos recursos anuales de 30.000 dólares con un poder de compra muy superior al de los norteamericanos con idénticas rentas. Estos necesitarían, para una equivalencia realista, 140.000 dólares pues el coste de la vida en EEUU tiene poco o nada que ver con el de China.

L.V.M.H. el gigante francés del lujo, ya tiene un tercio del mercado chino para su gama de productos. La suiza Swatch (Omega, Longines,...) es líder de ventas en relojes de prestigio y su compatriota Richemont (Cartier, Van Cleef,...) en joyería.

Por su parte, Burberrys, Hemenegildo Zegna y Hugo Boss están muy bien colocados en el Prêt-à-porter.

Queda el turismo, y ya sabemos como empresas punteras españolas, Sol-Meliá, Air Europa, han dado pasos de gigante en esta dirección.

Al parecer la cifra de turistas chinos viajando al extranjero es ya muy considerable (35 millones según el embajador chino en España) y de hecho, basta acudir a París, visitar el Louvre, para observar como los turistas asiáticos, particularmente chinos, destacan no sólo por su volumen sino también por su carácter novador, como procedentes de una mutación genética reciente que tal vez no cambie nada salvo que todo parece diferente.

A estos turistas se les ve, con alguna concesión a la sorpresa, probablemente conscientes de la transmutación de una realidad recién estrenada, y por ello manteniéndose, en cierta medida, inmunes a la trivialización del turismo. Y en este contexto, el arte, en el espíritu de cierto turismo cultural, no es un lujo sino un recurso.

Y es que en la China milenaria todo es novedoso. En 1949 Mao Tse-Tung proclamó la República Popular China y en 1966 la Revolución Cultural supuso la depuración de políticos, militares e intelectuales. En 1982 la nueva Constitución decretó una política de acercamiento a Occidente y ya en 1999 la reforma de la Constitución pasó a reconocer la propiedad privada como base del desarrollo del país.

En esta nueva etapa de sentido común es obvio constatar que todo ha cambiado. La impresión centenaria que los chinos habían hecho de la pasividad, su norma de conducta, se ha esfumado.

Ya Napoleón había profetizado que cuando el gigante chino despertase ya nada sería lo mismo en el mundo.

Actualmente los importantes de la distribución textil mundial fabrican en China, H.M, primer distribuidor mundial fabrica el 30% de sus productos en China. El grupo Inditex, tercer distribuidor mundial, se conforma con el 15%. Pero no se trata sólo de productos textiles que inundan los mercados europeos. Ikea, concibe y diseña en Suecia, pero fabrica en China, muebles, objetos de uso domestico, etc. Y China exporta, por su cuenta, orfebrería, bisutería, zapatos,..., hasta coches. O sea, que ya nada es lo que parece, pero conviene no perder de vista el significado de estos movimientos. No más que las empresas, los países tampoco pueden vivir sin memoria tecnológica. Y China no sólo fabrica y exporta lo que le encargan. También fabrica todo tipo de imitaciones de productos occidentales sin licencia ni permiso. Peor le ocurrió a Giorgio Armani que de viaje en China se encontró con tiendas Armani de las cuales no tenía ni la más leve idea. Y esto no parece ni justo ni honesto. Claro que tampoco parece ni justo ni honesto lo que hace el señor Solbes en sus presupuestos con nuestra Comunidad. También esto es de sentido común.

Fernando Perelló es presidente del Cercle Financer de Balears.