Siempre he admirado a Tomeu Catalá. Es uno de esos tipos que tienen un sueño, casi siempre utópico, pero que consiguen convertirlo en una realidad casi también perfectamente cumplida. Como si en su caso el concepto de utopía fuera sustituido por el de compromiso. Sueñan y trabajan, no como tantos otros que soñamos pero casi siempre acabamos por convertir los sueños en meras palabras, por escritas que permanezcan. Tomeu Catalá, no. Creyó en Proyecto Hombre. Soñó en Proyecto Hombre. Trabajó en Proyecto Hombre. Y ya es una realidad tal Proyecto en la sociedad mallorquina actual. Hay que felicitarlo por contar con personas y personajes de esta altura moral y, en este caso, además, cristiana. Es un lijo social.

Desde 1987 en que apareciera en Mallorca, Proyecto Hombre ha tratado a 4.830 personas, todas ellas toxicómanas. Y solamente en el todavía caliente 2004, han sido 1.148 los que han pasado por sus aulas. En total, unos 2.000 enfermos de esta cruel lacra del siglo XX y puede también que del XXI, han resultado sanados tras pasar por los cuidados de Proyecto Hombre en Mallorca. 2.000 personas recuperadas para sí mismas, para sus familias, para la sociedad, para el mundo laboral, en fin, 2.000 seres humanos que han contado con la maravilla del apoyo solidario de instituciones y mallorquines privados en cantidades que alcanzan, respectivamente, los 543.178 y los 134.654 euros en 2004, además de los 268.078 por ingresos propios.

Pero hay otro factor todavía más llamativo y que merece ser resaltado con específico interés: 230 personas trabajan de forma altruista en el Proyecto que comentamos, dejando de lado cualquier ambición monetaria y dinerística tan al uso en nuestra sociedad. Tendrán razones religiosas o humanísticas, ellas sabrán, pero el resultado es una conversión de simples ciudadanos en samaritanos eficaces que limpian, curan y atienden a las personas, hermanas suyas en sociedad y que merecen la mejor de sus preocupaciones. Si Tomeu Catalá es un lujo para Mallorca y para la Iglesia mallorquina, estos 230 voluntarios son un lujo añadido al de su líder indiscutible. Y todos juntos se erigen en lo alto del monte para ser objeto de nuestra admiración más exigida y más ardiente. Sin reticencia alguna.

Pero son los pacientes quienes me interesan más en estas líneas quincenales. Ellos, los enfermos de toxicomanía, que un día decidieron acudir a Proyecto Hombre con la esperanza de que les resolvería una situación absolutamente liminar. Seguramente fue una decisión costosa. Y también seguramente viven momentos muy ácidos en el transcurso de su curación. Pero están ahí, echándole ganas a una victoria que llegará en la medida en que ellos lo quieran y sus cuidadotes acierten. Es admirable que unos hombres y mujeres se enfrenten a sus propios fantasmas para emprender una existencia diferente, alternativa y más allá del pozo sin aparente fondo en el que se habían metido. Pero repito que están ahí, los auténticos protagonistas de esta obra solidaria y hasta me atrevería a decir caritativa, siendo la caridad algo mucho más comprometido que la solidaridad, si bien se pretenda lo contrario: caridad es amar como ama Dios, quien no hace acepción alguna de personas porque a todas ama por igual, y de tal manera las ama que muere por ellas. Ésta es la caridad. Se conozca o no se conozca su naturaleza al ejercerla.

Siempre que medito sobre nuestra sociedad mallorquina desde esta distancia geográfica que va más allá del mar y que se planta en medio de la meseta castellana, en este Madrid tan abierto y tan desolado por tantas razones, me digo si la efervescencia de riqueza de que goza nuestra sociedad estará en proporción a su compromiso con las lacras que ella misma ha engendrado. Porque la toxicomanía es una consecuencia de un cuerpo social en concreto y nunca una decisión inventada desde la nada: la toxicidad existe y en función de su existencia se compra en la misma calla de nuestra ciudad y de toda la isla, tan bellísima ella. Ésta es la cruda y dura realidad, sin que con tales palabras pretenda relativizar la responsabilidad personal. Pero la sociedad mallorquina está intrínsecamente comprometida con lo que ella misma ha posibilitado.

A Tomeu Catalá, un abrazo entrañable por tanto bien realizado. A los 230 voluntarios y también a los 50 profesionales en plantilla, mi admiración más sincera. Y a los hombres y mujeres que intentan rehabilitarse, el deseo de que consigan lo que con todo su corazón desean. Ellos, insisto, son los verdaderos protagonistas.