Atribuyen a Marx -don Groucho, no don Karl- la siguiente salida: "Papá, el hombre de la basura está aquí", grita Arthur, el hijo menor de la familia. "Dile que hoy no queremos", le contesta el genio de las gafas y el bigote falso.

Las maravillas de nuestro sistema económico han convertido la broma en una realidad. No queremos más basura pero nos la traen a casa: hasta ciento cincuenta toneladas añadidas cada día, un veinte por ciento extra durante el verano que hemos de agradecer -una vez más- al turismo de masas. Como el tratamiento habitual de los residuos de Mallorca, la incineración en Son Reus, no es que esté al borde del colapso sino que lo supera, lo único que cabe hacer hoy por hoy con esa enorme cantidad de basura es tirarla al vertedero. Y dado que éste se encuentra ya saturado, la solución que han arbitrado los técnicos es la de abrir un nuevo campo al que se arrojarán los desperdicios en espera de que suceda algo. De que se instalen los nuevos hornos previstos, de que llegue Hércules y se nos lleve la basura a otra parte o de que se hunda de una vez la isla entera bajo las toneladas de desperdicios con los que no somos capaces de hacer otra cosa que no sea abandonarlos.

De las tres posibilidades mencionadas, la más inmediata parece ser la de la apertura de dos nuevas líneas de incineración, que es como llaman a los hornos los encargados de la gestión de residuos. Pero cuando tal cosa suceda, ahorrándonos el ahogo en la basura y la espera eterna de los héroes de la mitología griega, cada contribuyente con casa propia o alquilada deberá pagar entre ocho y nueve euros más al año por el aumento de la tasa de incineración que carga el Consell de Mallorca. Es decir, que los grandes hoteleros se hacen todavía más ricos y más grandes y, a cambio, nosotros pagamos el exceso de basura que generan sus clientes. Es comprensible que cuando los hoteles que sostienen sus negocios llegan al límite de la decrepitud quieran tales empresarios dar el último pelotazo y recalificar su uso en busca de una salida inmobiliaria. Al fin y al cabo tan magnánimos señores están acostumbrados a forrarse a costa nuestra.

La historia del basurero que llega y a quien querríamos echar de casa porque no necesitamos más basura hoy tiene una segunda parte aunque, por el momento, instalada en el género de la ciencia ficción. Se llama "la esperanza del reciclaje". De todos los residuos que acumulamos sólo el catorce por ciento se recicla, y así nos va. Pero un cálculo sencillo puede establecer que contendríamos un tanto el ritmo enloquecido de generación de basuras sin más que elevar algo la tasa del reciclaje. Eso no sólo es posible sino que en bastantes países de los que vienen nuestros turistas el reciclar supone una costumbre establecida. Por qué razón cambian las tornas dentro ya de la isla es un misterio. O no. Entre depósitos repletos que los municipios no vacían, falta de contenedores y desidia ciudadana, la basura crece. Lo seguirá haciendo incluso si nos vemos abocados a pagar el doble de la dichosa tasa.

Queda, por último, la esperanza del compost: la verdadera clave del concepto de devolver a la tierra lo que sacamos de ella. Pero basta con echar un vistazo a los vertederos, clandestinos o no, y se verá que rebosan de plásticos y trastos viejos. Justo lo que menos necesitamos cuando por ventura aparece un camión de madrugada y nuestro hijo nos dice que es el del basurero cumpliendo su misión.