Los atentados del 11-M fueron decisivos para los resultados electorales del 14-M. El PP presenta esta perogrullada como una revelación, de acuerdo con la doctrina de solemnización de lo obvio característica de Aznar. Los conservadores olvidan que sus mentiras entre esas dos fechas fueron más importantes, para el vuelco en las urnas, que la autoría misma de la matanza. Incluso si hubieran abrazado desde el primer momento la hipótesis de Al Qaeda, los populares podrían haber patrimonializado la sensación de indefensión y de apego al poder vigente que sigue a un trauma estatal -véanse los abrumadores índices de popularidad de Bush tras el 11-S-. El cambio de Gobierno no está tan vinculado a la respuesta sangrienta a la implicación española en Irak, como a la contumacia de un ejecutivo que quiso escurrir el bulto una vez más y una vez de más.

No conviene despreciar alegremente la mentira y, ya que Aznar trató de manipular maquiavélicamente una tragedia -como hizo Roosevelt con Pearl Harbor, para convencer a sus tibios compatriotas de entrar en una guerra a la que se mostraban remisos-, debió al menos elegir a un histrión en condiciones. Es decir, a cualquiera menos a Angel Acebes. En contra de lo que desean sus enemigos, y muchos de quienes votaron a la izquierda para huir de la enésima patraña del Gobierno, el ex ministro del Interior no es uno de los mayores mentirosos de la historia, sino uno de los peores. Sus mentiras son más clamorosas que si vinieran acompañadas por risas en off. Por formación académica o deformación religiosa, se siente culpable cuando miente, sabe que ese acto punible no quedará sin castigo. Lo cual no evita la reincidencia en el pecado, sino que le concede un perverso placer añadido. El problema surge cuando ese discurso aberrante se estrella contra la vocación de incredulidad de la audiencia. En este apartado, tiene mucho que aprender de Eduardo Zaplana el cual, a diferencia de su correligionario, suprimió hace tiempo la distinción entre verdad y mentira.

Si Acebes asegura hoy -tras cinco meses de investigación y decenas de detenciones-, que la autoría no está clara, ¿por qué la presentó como irrefutable el 11-M, cuando el reloj electoral avanzaba inexorable dado que el espectáculo debía continuar? Simplemente, porque él no sabía nada, pero quería que fuera ETA. Por ello, no dejó el mínimo resquicio para que hoy se le impute sólo un error, y sería mentiroso aunque el atentado hubiera sido materializado por etarras, puesto que no disponía de más pruebas que sus deseos para asegurarlo. Y si la pista islámica sólo surge milagrosamente tras las primeras detenciones de marroquíes, ¿cómo se llegó a esos arrestos sin indicios previos?

Siendo Acebes ministro en funciones, pero con sus patrañas ya desmontadas, mintió de nuevo para asegurar que él nunca había señalado a ETA. Sin embargo, hoy vuelve a ahondar en esa pista. Poco antes de ser sustituido, sentenció que el comando autor de la masacre había sido desmantelado, pero ahora señala que no fueron los responsables de los atentados. Si no miente, tiene un concepto muy voluble de la verdad. Ahora expande su teoría del "autor intelectual", bajo el sofisma de que, si ETA se felicita de los atentados, es porque estaba tras ellos. Nadie puede privarle de idear conspiraciones lunáticas -sin necesidad de calificarlo de infame o miserable, como viene haciendo él con quienes cuestionan sus mentiras contradictorias-, siempre que aclare que poseen el mismo valor que las elucubraciones posteriores al 11-S. Se han escrito libros postulando que las Torres Gemelas fueron derribadas por el Mossad, y todavía son más numerosos los textos que garantizan que ningún avión se estrelló sobre el Pentágono.

La única salvación del mentiroso hallado en falta consiste en embadurnar a sus contrarios. Por tanto, y como máximo, Acebes puede alegar que el plan del PSOE para explotar electoralmente el atentado fue mejor que el diseño del Gobierno con este mismo objetivo. La ciudadanía castigó en las urnas su sarcasmo de felicitarse por otros logros en la lucha antiterrorista con la sangre todavía caliente, de negar el atentado como se negaba al Prestige. Vidrioso en su última reencarnación, iguala a su colega Barrionuevo desmarcándose de los GAL, por citar a otro mentiroso con sentencia en firme del Tribunal Supremo. La intervención de Acebes ante la Omisión parlamentaria del 11-M sólo ratifica el interés del PP por mantenerse en la senda que lo llevó a una impensable derrota.