La intervención clave del ex ministro del Interior, Ángel Acebes, en la Comisión de Investigación sobre el 11-M el pasado miércoles confirma en líneas generales la percepción que la opinión pública ya tenía del comportamiento del Gobierno en el delicado período que medió entre el 11-M y el 14-M. Como ya apuntaron entonces los más lúcidos análisis, el Ejecutivo no mintió deliberadamente: estaba tan obcecado con la hipótesis de que había sido ETA la asesina que se obstinó en mantener tal paternidad, aun cuando todos los indicios e intuiciones ya apuntaban en otra dirección. Y se aterró cuando, al acumularse las evidencias que daban cuerpo a la autoría islamista, vio claramente que aquella confirmación le costaría seguramente el poder. El punto medular de la intervención de Acebes es éste: el ex ministro se ratificó en que el primer dato objetivo que dio corporeidad a la hipótesis islamista fue la declaración de los primeros detenidos marroquíes en la tarde-noche del 13-M, la jornada de reflexión. Pues bien: para entonces, hacía muchas horas que la mayoría de los ciudadanos ya teníamos la certeza moral de que ETA no estaba detrás de la masacre, y comenzábamos a ver con una mezcla de estupor e irritación la pertinacia del Gobierno en no reconocerlo paladinamente.

De hecho, la asincronía entre el Gobierno y la opinión pública comenzó mucho más atrás. Tras la asimilación en caliente del terrible asesinato colectivo, las dudas empezaron a inquietarnos a muchos ciudadanos el mismo día 11. ETA llevaba ciertamente muchos meses intentando cometer un gravísimo y espectacular atentado. En principio había, pues, que pensar que la triple matanza le era imputable. Pero algo no encajaba del todo. La credibilidad de Arnaldo Otegi es nula, pero no hubiera tenido demasiado sentido su rotundo desmentido si poco después hubiese tenido que aceptar que sus amigos eran los criminales. Los atentados había requerido además la participación de muchas personas, y ETA estaba materialmente en cuadro tras las últimas y exitosas desarticulaciones. Además, ETA siempre trataba de avisar de sus acciones inminentes para minimizar los daños personales -aunque con frecuencia la alerta era ineficaz-, y en aquella ocasión no hubo preaviso? Además, ¿qué sentido tenía para el terrorismo independentista vasco masacrar a docenas de trabajadores en estaciones de ferrocarril ubicadas en barrios humildes de Madrid? Después, al aparecer la furgoneta de Alcalá, se encontraron detonadores distintos de los que utiliza ETA y una cinta de audio en árabe; la dinamita resultó no ser Titadyne? La sombra de ETA se desvanecía poco a poco a los ojos de todos? menos a los del Gobierno.

Acebes todavía cree que hay que seguir investigando la relación entre los "delincuentes comunes" que cometieron el atentado y ETA, con lo que da a entender que sospecha que aquéllos pudieron ser simples mercenarios. Olvida Acebes que los autores de las matanzas se suicidaron poco después, al ser descubiertos, en un ritual impregnado de fanatismo. Y, como han repetido los funcionarios policiales y los jueces que han discurrido por la comisión, no existe a día de hoy un solo indicio que acredite o insinúe ese vínculo. Por supuesto que hay que seguir investigando en todas direcciones, pero ya es patente que Acebes cometió un grave error al dejarse guiar por su olfato tras el 14-M. Tras una equivocación tan crasa, su autoridad moral para criticar a quienes creyeron ver en aquel período decisivo -entre el 11 y el 14-M- una maniobra gubernamental de distracción es escasa.

Dicho esto, hay que reconocer que la firmeza de Acebes ante la Comisión resultó, y que esta seguridad ha prestado un servicio a su partido, que salva así en cierto modo la cara.