Cualquier ciudadanoque se precie, intelectual o no, declara siempre que se le pregunta que los programas actuales de televisión son pura basura y que a él (o a ella) le gustaría ver otras cosas. Pero llevamos treinta años desde que se murió el general Franco, tres décadas durante las que los programadores han podido hacer la parrilla a su antojo. Tenemos incluso una multitud de canales privados. Pues bien, siguen sin aparecer por lado alguno esos programas soñados. La explicación es bien simple: en las televisiones manda la audiencia y ésta se va una y otra vez hacia los marcianos, los corazones y los tomates. Se ve que existe un malévolo controlador de mentes que nos obliga a ver esos mismos de lo que luego abominamos.

En semejantes condiciones, ¿para qué sirve una televisión local pagada, encima, con el dinero de todos los ciudadanos? La respuesta más fácil sería, por desgracia para todos, infame. Con frecuencia las televisiones públicas, ya sean las autonómicas o la estatal, sólo han servido como instrumentos al servicio de la imagen de quienes mandan. Se trata de juguetes políticos a un precio descomunal, con el resultado de que la suma de programaciones infumables y déficits gigantescos ha puesto contra las cuerdas a la mayor parte de esos experimentos, que no se sostendrían ni por asomo sin el recurso de las arcas del Estado.¿Será así nuestra IB3? Resulta imposible saberlo de antemano. Casi es inviable incluso adivinar por dónde irán sus contenidos porque, a menos de un año de la salida a la antena y a pocos meses de tener que comenzar a contratar programas, los directivos de la televisión autonómica sueltan la información por medio de un cuentagotas. Hoy recoge este diario los datos acerca del peso importante que tendrán los informativos y deportivos mientras que el resto de las emisiones, con sólo doce horas por el momento, parece que van a seguir las fórmulas habituales de espacios infantiles, películas, documentales y shows. Eso es todo.Si lo que contienen todas las cadenas se hiciera bien, tratando al espectador como un ser adulto y de gusto no corrompido por completo, ya podríamos darnos con un canto en los dientes. Algunas intenciones apuntan en ese sentido al dar por buena la noticia de que la IB3 busca una estrella mediática de gran altura y los nombres que se apuntan son de personas de tanta garantía como Fernando Schwartz. Pero me pregunto si, aprovechando el parto, no tendría tal vez sentido el apostar también por algunos contenidos de mayor riesgo aunque sólo sea para poner en evidencia a los que contestamos a las encuestas reclamando con grandes ínfulas mayor calidad televisiva. No digo yo que vayamos a competir con la BBC, pero por ahí, salvando las distancias, van un poco las cosas.

Ya que hablamos de la BBC, esa cadena ha pasado a la historia como ejemplo excelso de independencia política respecto de quienes les pagan el sueldo a los informadores que dirigen, redactan y presentan sus telediarios. Eso sí que está al alcance de nosotros, al menos en teoría, aunque la idea de contratar los informativos a productoras ajenas a la cadena autonómica (lo que se nombra con la palabra espantosa de externalización) no garantiza ni mucho menos la independencia. Más bien al contrario. Dios sabe lo que estarán dispuestos a hacer los contratistas para mantener su negocio.