La esencia del comportamiento democrático radica en la permanente disposición de los responsables políticos a rendir cuentas de sus actos a los ciudadanos. La política otorga el derecho, a quienes han transferido su confianza legitimando el ejercicio del poder, a examinar a los responsables políticos en el ejercicio de sus actos. Desde estos parámetros imprescindibles en el estado de derecho, el ex presidente José María Aznar se hace un flaco favor a sí mismo al negarse a explicar a los ciudadanos las circunstancias en las que su gobierno contrató los servicios de un lobby norteamericano para conseguir para él la Medalla del Congreso de los Estados Unidos. Su silencio no termina por ser cosa distinta que una confesión de imposibilidad para explicar un comportamiento que no tiene justificación política.

El ex presidente Aznar se encuentra sumido en una de esas circunstancias inmisericordes de la historia que trasladan a un dirigente desde la cúspide hasta el infierno. Nada de lo que ocurre estaba previsto por José María Aznar, lo que confirma que la política jamás permite certificar la vigencia de los diseños de laboratorio. El de José María Aznar contemplaba la salida del poder sin abandonar el gobierno y el 14-M, que prometía ser el inicio de una segunda grandeza del ya ex presidente del Gobierno, al perder su partido las elecciones generales, se ha convertido en un purgatorio para José María Aznar que promete estar abocado al infierno de la desconsideración, incluso de su figura de ex presidente.

Nada está haciendo él para aliviar ese recorrido. Toda la etapa de gobierno de José María Aznar se cimentó sobre un blindaje mediático que le permitía de tal forma que quien era examinado permanentemente era quien no estaba en el poder. Ese contrasentido de la democracia solo podía ocurrir con una concepción de la política como mera propaganda, sostenida en las verdades indiscutibles que se trasladaban a los ciudadanos desde los poderosos medios de comunicación de que disponía el presidente Aznar.

Todo eso se ha diluido como un azucarillo en un vaso de agua. El ex presidente ya no puede utilizar el desdén de los adversarios como un arma política eficaz. Si él siente desprecio por quienes le piden explicaciones de la utilización de dinero público para su gloria personal, es un intento que ya no tiene vigencia porque no se soporta en una capacidad mediática que lo haga eficaz. El desprecio de Aznar por la opinión pública, negándose a dar explicaciones, en la alquimia de la situación actual, solo se puede transformar en la desconsideración de los ciudadanos a quien concibió la política como una miserable forma de su engrandecimiento personal.