No parece normal que quienes visitan un puticlú guarden cuidadosamente los tickets de entrada y la factura de sus consumiciones; la prudencia aconseja en estos casos procurar no dejar rastro del gatuperio, mayormente porque las parientas tienden a la susceptibilidad y a ponerse estupendas al primer pretexto que se les brinda.

Ese afán coleccionista de facturas con motivo de viajes oficiales es propio de quienes están habituados a disparar con pólvora del Rey o de la multinacional de turno, de manera que no parece que pueda colar esa piadosa versión según la cual el error ha consistido únicamente en "incorporar esas facturas del lugar al que fuimos al expediente oficial", y, por lo tanto, sólo se trataría de "un error atribuible a la cantidad de facturas que se generan en viajes como éstos y al hecho de estar en ruso". Dejando aparte que lo del "lugar al que fuimos" es digno de figurar en cualquier antología de la desfachatez y que la "cantidad de facturas que se generan" en dos días ha de ser necesariamente limitada, llama la atención el descaro dialéctico con el que se pretende justificar la endeblez intrínseca del argumento tratando de reforzarlo con lo del "hecho de estar en ruso" las facturas, como si las del puticlú fueran las únicas y las demás tan profusamente generadas en Moscú estuvieran todas en mallorquín o en castellano.

Sería interesante averiguar cuántos ciudadanos guardan cuidadosamente las facturas de los puticlús que frecuentan con ocasión de sus viajes particulares. Una encuesta en este sentido sería muy reveladora, de manera que sugiero al CIS que en la próxima pregunte al personal lo siguiente: "¿Acostumbra Vd. a guardar los tickets de entrada y facturas de los puticlús que visita?". Supongo que la abrumadora mayoría de los ciudadanos preguntados y, en particular los camioneros, viajantes, funcionarios, tratantes de ganado y demás clientes habituales, responderán que no después de observar con piadosa perplejidad al entrevistador.

Las facturas se guardan por motivos diversos pero limitados porque, fuera de ellos, de nada sirven: por la posibilidad de deducciones fiscales, por sentimentalismo puro y duro del tipo de "aquella inolvidable cena con Julita", por la esperanza de reembolso y por pocos más. Es posible que la especialidad del puticlú moscovita ("tequila con sal servido en el pecho de una chica") generase tal descarga de sentimentalismo en los visitantes mallorquines que fuera ésta la feliz razón de la cuidadosa conservación de los tickets de entrada y factura subsiguiente de uno de los clubs más bastos de Moscú (y si no vale mi palabra, invito a penetrar en la Internet en la URL www.rasputin.ru para comprobarlo sin demora). También es posible que el dimitido funcionario pensara que podría aspirar a una deducción fiscal por "gastos de formación", sin duda necesarios en su caso. Pero la hipótesis más verosímil, y también más villana, es la de la esperanza de reembolso.

Es posible que haya quienes se conformen con su "heroica" dimisión-tapadera irrevocable a la espera de recompensa por los servicios prestados. Yo sugeriría, sin embargo, una auditoría minuciosa de su contabiloidad para verificar si el error ha consistido únicamente en "incorporar esas facturas del lugar al que fuimos al expediente oficial" una sola vez en país de alfabeto cirílico o si, por el contrario, aparecen más "errores" en los menos exóticos del latino. Repito: maiora videtur. Y, si no, al tiempo.

(*) Melitón Cardona es diplomático.