Walter Benjamín dejó escrito que putas y libros se parecen: a unas y otros les gusta exhibir el lomo y pueden llevarse a la cama. Sin embargo, algunos dejan claro, más allá del discurso, que prefieren unos lomos a otros y que entre Rasputín y Cervantes no hay color. A no ser que ignoren la diferencia.

El caso es que las bibliotecas, siquiera en Mallorca, no concitan el mismo interés político que los prostíbulos. Aunque la afición lectora de muchos de nosotros se haya consolidado a través del libro prestado y no por el amigo: eso vendría después si acaso vino, porque solemos resistirnos a que nos escruten a partir del subrayado o las notas escritas en los márgenes de nuestros libros. Me refiero al préstamo de biblioteca pública.

Jean Schalekamp, columnista de este periódico, recordaba sus transacciones de sábado por la tarde (por la noche es la fiebre, ya saben) en el artículo Bibliotecas y derechos. Durante la adolescencia no todos hemos dispuesto en casa de los autores que apetecíamos, así que Salgari, Curwood, Stevenson o Zane Grey eran devorados con fruición y en corto plazo: antes de que expirase el de devolución, consignado en una tarjeta que contenía el sobrecito de la contraportada. La biblioteca del Instituto era otra cosa y después vinieron las de la Facultad, alguna Academia e incluso la modesta biblioteca propia, pero fue la pública quien ha nutrido muchas aficiones hasta convertirnos en compradores de libros y es esa red de bibliotecas -a pesar de haber aumentado un 62% en los últimos diez o doce años- la que demanda a gritos un plan de inversión que la acerque a Europa.

Las bibliotecas públicas a que me refiero no son almacenes de libros; tampoco salas de estudio ni se plantean como soporte a la investigación que también, aunque son funciones más propias de las bibliotecas universitarias u otras monográficas. Son centros de información y difusión cultural amplia, desde Homero a Pinocho. Son las que en EEUU saben llegar, merced a sus recursos informáticos, a los pueblos sin libros o comarcas aisladas. Y se comprende que estemos lejos de eso, pero menos que sigamos a la cola de Europa en número de libros por habitante (menos de uno frente al 1,9 de la media europea) o en inversión, tres veces menor que en el conjunto de la UE y sólo por encima de Portugal y Luxemburgo.Un panorama desolador para el conjunto del Estado y, encima, Balears en la cola para la mayoría de parámetros analizados. La media europea de préstamos de libros por habitante y año es de 5; en España de 0,7 y en las Islas un 0,48. Los recursos audiovisuales son un 50% inferiores a los de otras comunidades y seguimos (junto con Canarias) sin Ley de Bibliotecas. Los datos ofrecidos por la Asociación de Bibliotecarios y Archiveros de las Islas Baleares revelan que la cultura no parece contar entre las prioridades de nuestros Governs y, como broche (Rasputín aparte), las recientes noticias sobre sucesivos retrasos en la apertura de Can Salas, ausencia de planificación y los consabidos no sabe o no contesta.

A la aparente bibliofobia se añade lo que tildaría de "vaguedofilia": respuestas vagas a cuestiones concretas, alquiler de locales (léase el casal del doctor Beltrán en Campanet) para vagas actividades y en cuanto a vagancia no sabría decir, pero no parece que en los sueldos de Conseller y directores generales se incluyan incentivos a la eficacia o por renunciar a pasarse la pelota con Madrid aunque claro, si el Gobierno central inaugura, podría atribuirse el mérito de abrir un edificio -el de la Biblioteca Pública de Palma- que está listo ¡desde finales de 2002! ¿Irán por ahí los tiros?

El conseller de una cierta cultura cita agosto como el mes del traslado al nuevo emplazamiento. Se me antoja mal mes para el trajín cultural y él mismo ignora si hay algún plan al respecto. Los libros casan mal con la canícula o eso deben pensar nuestros políticos, así que mejor tomar el sol y, por si hubiese lectores viciados, se cierra la biblioteca de Cort y la de Cultura Artesana (La Misericòrdia) también. Por reformas.

Decía Borges que toda biblioteca es un acto de fe: en la adecuada selección, en la sintonía con los potenciales lectores, en la misma apuesta por su existencia... pero aquí no parece haber más fe que la confianza en la atonía ciudadana y así nos va. Ni siquiera ganas de preguntar por una proyectada biblioteca de la Conselleria de Turismo y cuánto nos gastaremos en el programa informático para su gestión. O por quién se utiliza y qué nos cuesta la licencia del programa de gestión documental INNOPAC.Podría enterarme en otra época, porque con el calor, ¡da tanta pereza! Sucede lo mismo con la lectura. Por eso las cierran, imagino. O no las dotan de personal, ni trasladan los fondos... Pero dejémoslo. Por lo menos hasta el otoño, en sintonía con los de cultura, y todos tan felices. Al fin y al cabo, sólo son libros. Lomos.