La elección de John Edwards como candidato a vicepresidente del demócrata John Kerry demuestra que los rivales de Bush se toman en serio las elecciones. La mayoría de analistas ha elogiado a Kerry (y así lo han reflejado las encuestas): ha atendido a las bases demócratas, pese a no existir una proximidad entre ambos políticos.

Kerry ha elegido a un compañero que compensa sus flancos débiles: Kerry es un liberal de la costa Este, riguroso pero con poco carisma; Edwards procede de Carolina del Norte, sureña y conservadora, pero con una alta dosis de simpatía y entusiasmo.

A cuatro meses de los comicios, el contraste con los republicanos George Bush y Richard Cheney parece elevado. A las dificultades del presidente derivadas de Irak se unen las de un vicepresidente con problemas de salud y sobre el que recaen sospechas por su vinculación con la principal contratista en la reconstrucción iraquí.

Pero los republicanos tienen bazas. Además de atacar a Edwards por su populismo (mal recibido en sectores empresariales), confían en la recuperación económica, en que se mantenga el candidato independiente Ralph Nader (con una intención de voto del 5%, sacada del campo demócrata) y en un mejoramiento de la situación en Irak, aunque cueste de creer por estos pagos.

Pese a que Michael Moore ha tenido éxito con su documental anti-Bush Fahrenheit 9/11 (a punto de estrenarse en España, un buen mercado para las diatribas contra el republicano), la partida está equilibrada. Hay quien cree, incluso, que una "dinastía" demócrata podría querer que ganara Bush: si Kerry lo hiciera, Hillary Clinton no aspiraría a la presidencia en 2008. Y a Bush no se le puede despreciar: ninguneado como candidato dos veces (en 1994, para gobernar Texas y en 2000), ganó en ambas ocasiones.