La información desvelada ayer por este Diario sobre las facturas de un club de alterne de Moscú que el Govern presentó en el Parlament como justificantes entre los gastos del viaje del president Matas y el conseller Flaquer a la capital rusa se ha saldado -de momento- con la dimisión del hasta ahora director del IBATUR. Juan Carlos Alía se ha responsabilizado de lo que él califica a la ligera de "error" al incluir unos gastos privados en el expediente de un viaje público y ha exculpado tanto al president como al conseller al asegurar que tras una cena de gala éstos se retiraron a su hotel, mientras él y "un grupo de amigos, por indicación de algunas personas de nacionalidad rusa" fueron al lugar de referencia: el club Rasputín. Con esta dimisión, el Govern pretende cerrar un desagradable e inadmisible asunto, reduciéndolo a la categoría de error y aduciendo el carácter privado de la entrada y consumiciones de esta noche, la noche anterior a la del partido entre el Mallorca y el Spartak de la Copa de la UEFA.

Ha hecho bien el director del IBATUR en presentar la dimisión, pero la explicación del Govern no es suficiente. La responsabilidad de los hechos no concierne sólo a Alía. Entre otras cosas, porque no se juzga, en absoluto, la moralidad de un comportamiento que en otras circunstancias sí podría pertenecer al ámbito privado. Tampoco se discute si el importe de la factura es mucho o poco. De lo que se trata es de dilucidar este comportamiento desde la ética, desde el uso debido o no del dinero público por una comitiva oficial. Y en este caso, por lo menos en relación al club Rasputín, está claro que se hizo un uso indebido.

Las excusas son sólo eso: excusas que sirven de poco. Las facturas del club Rasputín fueron presentadas como gastos de viaje -en el Parlament- por la vicepresidenta Rosa Estarás, con su firma y avaladas por la del conseller de Turismo. Que estuvieran en ruso no justifica nada, sino que añade un elemento más en contra de quienes presentan el expediente, porque demuestra su nulo interés en comprobar los gastos ¿Se sigue este mismo método en todos los procedimientos? ¿Es ésta la diligencia que se espera de la administración pública? Y, sobre todo ¿es éste el comportamiento ético que esperamos de un Govern que alardea de velar por los intereses de sus ciudadanos?

El hecho que Jaume Matas presidiera la comitiva y que el viaje se organizara para promocionar las islas en Rusia -un mercado incipiente, pero de gran interés para el futuro- aprovechando el partido de fútbol, hace que el president se vea implicado en este delicado asunto. El director del Ibatur ha dicho tajantemente que tras la cena tanto el president como el conseller se retiraron. No habría porqué dudarlo. Sin embargo, no debiera ocultar a quienes sí le acompañaron, sobre todo si son -como se deduce de la nota de la conselleria de Turismo- personas que asistieron a un acto oficial del Govern. Personas que sugirieron como final de fiesta unas horas de ocio en un club de tan escasa reputación. ¿Qué personas, rusas o no, participaron en la cena? ¿A quién se dirigió la promoción turística y que consecuencias ha tenido?

El caso Rasputín no es una anécdota, de la que ha sido víctima un profesional del turismo y de las relaciones públicas, como Juan Carlos Alía, cuyo prestigio profesional nadie discute. Tras este caso se esconde un procedimiento administrativo poco fiable y una práctica política que tiende a confundir lo público con lo privado. Puede que la frontera de las relaciones públicas entre lo permisible y lo que no lo es, entre lo público y lo privado, sea muy difícil de trazar. Agasajar a alguien de quien se espera un provecho de interés general entra dentro de lo permisible, pero es evidente que el caso que no ocupa sobrepasa todos los límites. Más aún si se sabe, como sabemos, que la ida a este lugar fue decidida dentro de una cena oficial del Govern y pagada por éste o por quien le representaba en aquellos momentos.