Era una niña catalanaque bailaba en la habitación de una gran casa de piedra, cerca del mar, en un día caluroso de verano. Por la ventana se veía una vela diminuta en el horizonte. Las calles de Banyalbufar estaban en silencio. Por algún milagro inexplicable, no pasaban motocicletas ni veraneantes gritones, ni vendedores de pescado que pregonaban su mercancía, ni tampoco camiones cargados de barricas de cerveza. Sólo se oía el zumbido de un abejorro en algún sitio, y el lento murmullo del agua en una acequia que había en el jardín trasero de la casa. Hacía mucho calor aquel día, un calor sofocante y bochornoso, pero la niña no dejaba de moverse. Era grácil, delicada, casi ingrávida. "¡Andalucía, baja a comer!", le gritaban sus padres desde el piso de abajo. Sin hacerles caso, la niña seguía bailando en la habitación vacía. La niña, por suerte, no se había dado cuenta de que yo la veía desde otra habitación. Ignoro cuánto tiempo estuvo bailando. Quizá sólo fueran tres o cuatro minutos. Para mí fue como si hubiera pasado una vida entera.De las muchas imágenes que guardo del verano, ésta es una de las que me parecen más hermosas: una niña en una silenciosa habitación en penumbra en Banyalbufar, moviendo el cuerpo al compás de una música que sonaba en su cabeza y que sólo ella conocía, mientras una vela lejana cruzaba el horizonte marino que se veía desde una ventana abierta. Aquella niña se llamaba Andalucía porque sus padres se habían enamorado de la canción Andalusia, que John Cale grabó en 1973 y que incluyó en uno de los mejores álbumes de la historia del rock: Paris, 1919. Yo también, en su momento, me enamoré de aquella canción, cuyo estribillo me persigue todavía cuando no consigo quedarme dormido: "Andalucía, castillos y cristianos, ¿cuándo voy a verte de nuevo?". Por lo que he leído, John Cale concibió aquella canción en un día de nieve y frío en el que no debía de sentirse muy bien. La canción, por supuesto, era tan enigmática y elusiva como toda la obra de Cale: hablaba de una mujer que se había ido, de una casa de campo, de la nieve que caía y de un granjero llamado John del que apenas sabemos nada más. Pero en la canción flotaba algo impalpable que sólo los que hemos conocido los días de verano en el sur podemos apreciar. Era algo que tenía que ver con la luz, con la calma, con el silencio de la hora de la siesta, con las cigarras que suenan a lo lejos y con la indolencia del tiempo que se va y a nadie parece molestarle. Supongo que Cale escribió la canción en un momento en que soñaba con los cielos azules y con el calor de Andalucía, una tierra que tal vez no había visitado nunca pero que le había fascinado desde que era niño. Y supongo que la escribió porque necesitaba saber que la vida, en otro sitio, era más hermosa, más justa, más piadosa.Casi veinte años después, en 1990,John Cale escribió con Brian Eno otra canción que llamó Córdoba y que parecía inspirada por una despedida de unos enamorados en la estación de tren de Córdoba, en un día triste en el que el tiempo se iba sin remedio y los dos enamorados lo sabían, aunque ya no les importaba que el tiempo se fuera porque el tiempo ya no estaba hecho para ellos dos: la vida, ahora, sólo concebía la existencia de las parejas felices, y la suya ya nunca más iba a serlo. Yo creía que John Cale había compuesto la canción tras una visita a Córdoba, pero ahora me he enterado de que no fue así. Simplemente encontró un viejo manual de enseñanza de español, editado en 1927, que contenía unas frases relativas a Córdoba. Y sólo con esas frases sueltas, Cale y Eno crearon esa atmósfera que los que hemos estado en Córdoba identificaríamos como inequívocamente cordobesa. El arte, ya lo sabemos, actúa siempre de una forma muy extraña.

Ahora que John Cale acaba de actuaren la costa de Málaga (hace algunos años actuó en la Huerta de San Vicente de Granada), me pregunto qué habrá sido de aquella niña llamada Andalucía. Lo único que sé es que tendrá casi treinta años. A su padre me lo encontré hace dos años en la terraza del bar Bauma de Barcelona, pero ella es un enigma para mí. Es casi seguro que ya habrá olvidado que un día estuvo bailando en una habitación desierta de Banyalbufar. A lo mejor tiene una hija. Si la tiene, me gustaría pensar que esa niña estará bailando ahora en otra habitación frente al mar dormido, aquí o allá o en cualquier otro sitio del mundo.