La reelección de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido triunfal, y así tenía que ser: hace sólo cuatro años, el PSOE estaba corriendo de aquí para allá como pollo sin cabeza, y hoy está instalado en el Gobierno. La noticia sensacional sería que eso no se hubiera traducido en una apoteosis del secretario general. Desde este punto de vista, pues, en el XXXVI Congreso del partido ha ocurrido lo que tenía que ocurrir.

Pero no hay rosas sin espinas, dicen, y las relaciones internas entre socialistas de distinta "sensibilidad territorial", por decirlo con el eufemismo al uso, siguen tan indefinidas y potencialmente conflictivas como siempre. Ahora estos desajustes graves se notan menos, porque el disfrute del poder une mucho, pero ahí están, asomando la oreja incluso en la composición de la nueva Comisión Ejecutiva del partido, que Rodríguez quería pequeña y homogénea, y al final ha tenido que confeccionar grande y plural, porque cualquier definición en este sentido significaría una crisis interna que, por cierto, los socialistas catalanes no dejan de poner sobre la mesa como una posibilidad cierta de vez en cuando. La presencia de José Montilla en la Ejecutiva, compensada con la aparición del inesperado Juan Carlos Rodríguez Ibarra, viene a ser la última manifestación de este conflicto larvado. El líder del PSOE, al menos hasta ahora, da toda la impresión de no tener idea de cómo administrar este asunto; de momento practica el regate en corto, y se abstiene de formular una tesis clara sobre la articulación territorial de España: ¿Prudencia, o más bien vacío mental?

Esta cuestión capital no afecta sólo a los socialistas, sino a todos, y sólo tendrá solución en la medida en que esté establecido un gran acuerdo político de fondo entre los dos partidos de ámbito nacional. Pero, ¿es el PSOE un partido de ámbito nacional, o ha renunciado a existir en Cataluña?