Hace unos días se comentaba en The Guardian de Londres el resultado de una encuesta que se acaba de llevar a cabo en un colegio secundario de Nueva York. Preguntados qué querían ser en la vida, las dos terceras partes de los alumnos contestaron que... ¡famosos! Y punto. ¿Hay que suponer que la influencia de la televisión basura es especialmente corrosiva en dicho establecimiento educativo -no identificado por el diario británico-, y qué cualquier extrapolación a la juventud norteamericana en general sería errónea? A la vista del tipo de espacios que gustan ahora masivamente tanto en Estados Unidos como en Europa, sobre todo los que, en la línea de Gran Hermano, se especializan en convertir a seres corrientes en fulgurantes "estrellas" de una noche, hay que deducir que la fama se ha convertido en una obsesión para muchos millones de jóvenes, y no tan jóvenes, alrededor del mundo.

Nunca ha sido tan fácil como hoy conseguir un poco de celebridad, aunque sólo sea gracias a la televisión local, y que personas a las que el nuevo famoso no conoce le saluden en la calle o en el ascensor con la excusa de haberle visto en tal o cual programa. El hecho de que así sea es otro síntoma de una sociedad en que todo tiene que ser fácil, desde el aprendizaje de los idiomas hasta sacar una buena fotografía, donde todo lo que uno quiere (o han hecho que uno quiera) se pueda conseguir en el acto con una tarjeta de crédito, y donde casi cualquier "deficiencia" física es susceptible de ser modificada en el quirófano, si hay dinero suficiente.

Antes, para conseguir la fama, había que trabajar las cosas a conciencia. Y tener algo muy especial que ofrecer. Salvador Dalí, por ejemplo, decidió a los dieciséis años que iba a ser una celebridad mundial. Sabía que poseía el talento, pero que sólo con el trabajo tenaz, diario, constante, lograría su propósito. Fiel a su programa, y sin la ayuda de la tele, que vino después (y que por supuesto utilizó a fondo), lo consiguió. ¡Y tanto!

Para griegos y romanos se trataba de obtener una fama perenne, inmortal, no una notoriedad efímera, por muy grata que pudiera ser ésta en su momento. A los de hoy, que piensan que "salir en la tele" es el súmmum del éxito en la vida, será difícil que alguien les recuerde dentro de poco. Vanidad, que diría el Eclesiastés. Y tonterías.