Los datos de población recientemente publicados, evidencian que el espectacular crecimiento poblacional de Palma se basa no tanto en el aumento vegetativo de la población autóctona, sea nacida aquí o del resto de España, sino básicamente en el aumento de la población censada procedente de países extracomunitarios, por razones de índole económico. La situación actual, ¿es tan distinta a los años 60 cuando miles de inmigrantes peninsulares se vieron obligados a dejar sus pueblos y regiones, para dirigirse en busca de trabajo a otros países y zonas como Balears? Cuanto menos hay rasgos comunes. Lo que nos debería conducir a tener memoria histórica de las penurias que muchos de los "viejos" inmigrantes tuvieron que sufrir en la década de los 60, sin olvidar unos tiempos más lejanos donde nuestros padres y abuelos debían emigrar para sobrevivir.

En los principios de los 60, con los primeros síntomas del boom turístico, miles de forasters, peninsulares, vinieron a nuestra Comunidad para trabajar básicamente en hostelería y construcción. Tal mano de obra era entonces imprescindible. En pleno franquismo, sin libertades políticas ni sindicales, se produjeron situaciones laborales lamentables. Los actuales contratos basura son una joya respeto a las condiciones laborales de entonces. ¿Tenemos claro que muchos de los trabajos que desarrollan los nuevos inmigrantes son los que los autóctonos no queremos o no podemos realizar? En un estado democrático como el nuestro, donde se supone que los derechos básicos son ley y norma, ¿pueden justificarse determinadas condiciones laborales, especialmente de los "sin papeles"? Si analizamos más detenidamente tal información, es fácil deducir que una parte significativa de los nuevos empadronamientos, corresponde precisamente a tales inmigrantes "sin papeles"·.Aunque con la última Ley de Extranjería la policía puede intervenir los padrones municipales, el hecho de constar en dicho padrón les posibilita el acceso, entre otras cosas, a la sanidad pública y a la escolarización.

Después de la primera y segunda oleada de inmigrantes de los 60, se fue procediendo como es lógico a un proceso de agrupamiento familiar. Entonces surgieron nuevas problemáticas, además de la laboral. La vivienda, los servicios públicos y sociales. Aparecieron las barriadas de extrarradio, barrios dormitorios, sin infraestructuras, ni equipamientos, ni servicios. Para hacer frente a tales realidades surgieron los movimientos vecinales. Si observamos las franjas de edades que aumentan en los últimos años en el padrón municipal, veremos que el crecimiento se produce no tanto por las primeras llegadas en búsqueda de trabajo, cuanto por la agrupación familiar (marido/mujer,hijos/as). Tales nuevos inmigrantes, ¿dónde y como pueden escolarizar a sus hijos? A los hechos me remito. Gran parte de ellos están concentrados en determinadas escuelas públicas, mientras otros centros concertados (financiados por fondos públicos) sostienen un número mínimo de inmigrantes no comunitarios. Con los actuales precios de alquiler, ¿cómo es posible que tales familias puedan acceder a una vivienda digna?

Hay otro aspecto básico a considerar. Como es lógico, gran parte de la inmigración peninsular de los 60-70 se ha ido integrando a nuestra cultura, entendida ésta como modos y maneras de vivir y convivir. Lo que no tiene porque suponer el renunciar a sus raíces. Si no queremos que se formen ghettos, ni bolsas de marginación, es imprescindible ir abordando los procesos de integración de los nuevos inmigrantes, desde la igualdad y también desde el respeto a la diversidad. El asunto no es fácil, especialmente cuando se trata de personas y colectivos de culturas y credos, en algunos casos, muy diversos. No se trata de uniformarlos por real decreto, pero tampoco renunciar a nuestra propia identidad. Aceptar activamente un cierto mestizaje es perfectamente compatible, aunque no sea fácil, con el reafirmarnos en nuestra propia cultura como individuos y como comunidad.

Aunque sin duda deban regularse los actuales flujos emigratorios, resultará muy difícil hacerlo mientras en sus países no puedan subsistir. En un mundo cada día más pequeño e intercomunicado, deberemos aprender a convivir, no sólo soportarnos, todos los que vivimos y trabajamos en las Balears. Nacidos aquí, forasters y nuevos inmigrantes.