Dado el férreo mecanismo interior de los partidos democráticos -que protege el culto a quien manda y no es nada democrático-, llama la atención la habitual abstención popular en las elecciones europeas. Sólo la existencia de un partido del Cannabis ú otro de los Animales -por ejemplo-, o que en las listas haya desde actrices porno a top-models, pasando por astronautas, escritores -Antonio Tabucchi, por ejemplo-, directores de cine como Andrzej Wajda, cantantes, periodistas, deportistas y lo que sea, debería plantearnos una duda. O a los partidos las elecciones europeas les importan un pimiento -como a la mitad de ciudadanos españoles, por cierto- y esa visión intrascendente de las mismas les permite que sean un aparcamiento de rarezas o un exilio dorado, con algo de canonjía, de sus directivos antes del ostracismo; o bien las elecciones europeas son las únicas democráticas donde la obediencia a quien manda en el partido no es un requisito para figurar en una lista. Tanto si es una cosa como la otra, no estaría mal que los partidos -que son los grandes beneficiarios de la pesada y poco útil burocracia de Bruselas- permitieran que en las listas europeas aún abundaran más los ciudadanos de profesiones ú oficios distintos al de la política, ahora que ésta ya se ha convertido descaradamente en un modus vivendi como cualquier otro. (Perdón: como cualquier otro, no). A lo mejor así la tan deseada renovación democrática empezaría por Bruselas y de esta manera la idea de Europa -aunque sea una idea excesivamente administrativa- empezaría a calar en los ciudadanos de las diferentes naciones, más allá de la pesadilla inflacionaria y empobrecedora del euro.

De hecho hay precedentes y no muy lejos. Fíjense en la escritura, algo que antes ejercían los escritores y los escribas y ahora practica hasta el más iletrado, para demérito de escritores y escribas. Me pregunto qué pasaría si ocurriera lo mismo en los tribunales, la medicina o la arquitectura. Qué casos, enfermos o edificios resistirían el embate. Imagino que los médicos, abogados y arquitectos protestarían por el asunto. Que ejercer su profesión estuviera al alcance de cualquiera degradaría esa profesión ú oficio. Pero como escribir -o que le escriban a uno- puede hacerlo todo el mundo, el oficio de escritor se degrada día a día, confundiendo lo que es creación literaria, o pensamiento, con el objeto-libro. El problema es que si los escritores dejáramos de escribir -o de publicar libros- me temo que no pasaría nada. Aquí nada. Nadie se daría cuenta, me temo.

Recientemente dos políticos tan distintos como Aznar y Clinton han tenido tiempo para contar en un libro -no creo que lo escribieran ellos- lo que saben -o lo que desean que los demás sepan- y han vivido -o cómo les gustaría que se interpretara lo que vivieron durante su etapa presidencial-. Las colas que se han formado para comprar esos libros firmados por sus autores -¿?- han sido superiores a las que se organizan ante Andreu Buenafuente o Ana Rosa Quintana, por poner dos ejemplos más de escritura sin escritor. El despliegue en prensa -sobre todo hacia Clinton- no lo ha tenido, ni lo tendrá jamás un premio Nobel de Literatura. Y encima para aguantar mentiras como "tuve que dormir tres meses en un sofá". O "lo que hice fue un terrible error moral". Oiga, una fellatio -en función de lo placentero de su resultado- puede ser un error y cuatro, cuatro errores, pero meter la moral ahí me parece muy osado. La moral habría que meterla en los bombardeos del Sudán, pero en la boca de la voraz becaria-cachalote me parece tan desmedido como que ella guardara su traje manchado con el semen presidencial. Pero no: el libro sigue vendiéndose como rosquillas. Aunque The New York Times lo ha acusado de ser "chapucero, carente de toda moderación y, con frecuencia, mortalmente aburrido; el parloteo incoherente de un hombre que habla para sí mismo y para que lo registre algún remoto ángel de la historia".

Vamos, que Antonio Tabucchi -o un astronauta o la top-model estonia- lo harían mejor como eurodiputados. Vayan pensándolo. A lo mejor, al revés que en los libros, ésta es la solución.