Al examinar atentamentela relación de galardonados con el Príncipe de Asturias desde que el heredero comparte sentimientos con Letizia Ortiz -nombres como Habermas, Susan Sontag, Ryszard Kapuscinski, Lula da Silva, Claudio Magris, Paul Krugman, ahora Jean Daniel-, surge la tentación de denominarlos Premios Princesa de Asturias. Los homenajeados comparten también su oposición furibunda a la guerra de Irak, como si fuera un requisito previo. Basta con examinar la producción periodística de los dos últimos citados, para presumir que la próxima ceremonia de entrega puede convertirse en un monográfico contra las atrocidades cometidas en Mesopotamia bajo la batuta de Bush.Alineado nítidamente a la izquierda, Jean Daniel recordaba en el último editorial de su revista, Le Nouvel Observateur, que la publicación cumple cuarenta años desde que nació apadrinada por Mendes France. La visión profética del director no se ha diluido. Su manifiesto contra la invasión de Irak fue tan movilizador en su país como los textos paralelos de John le Carré en Inglaterra, o del juez Garzón en España. Oriente Próximo figura entre sus obsesiones mejor desarrolladas. Su oposición a la cruzada de Bush, le llevó al extremo de escribir que era preferible que el Fahrenheit 9/11 de Michael Moore no fuera una película a la altura de la palma de oro recibida en Cannes, para que sobresaliera la condición política del galardón cinematográfico.Según el profeta Daniel, Irak significa la reducción al absurdo de la Ilustración. Dado que lo ocurrido no encaja en la concepción de Occidente, el periodista francés decretó la muerte de este concepto. Una vez más, cabalgaba en la vanguardia de la actualidad, como en su fascinación por Castro recompensada por una entrevista exclusiva, o en su pertenencia al círculo íntimo de Mitterrand. No sólo en lo político, ha reproducido la mediterraneidad de su preceptor Albert Camus, entendida como adoración de la luz y el mar. En el emotivo prefacio al tercer volumen de sus estupendos diarios, describe un periplo vital coordinado con el mito de Sísifo, y que decae en un sol invernal.El último premiado con el Príncipe de Asturias ejerce un hedonismo productivo y con vigencia maratoniana, que tuvo su ecuador en la depresión que sufrió cuando clausuraba sus primeros cincuenta años de vida. Este mes cumplirá 84, y sus artículos se cuentan entre los análisis más certeros del planeta. Destaca la elegancia natural de sus artículos, su dinamismo sosegado. La especularidad ideológica lo remite al contrapunto de Jean-François Revel -¿demasiado conservador para la Princesa de Asturias?-, y su reflejo femenino sería la Françoise Giroud para la que trabajó en el legendario L'Express, la primera revista europea que siguió las pautas del periodismo norteamericano.Partidario sin fisuras dela prohibición del velo islámico, ha apoyado causas controvertidas que le ganaron la hostilidad de la ortodoxia izquierdista. Daniel es un campeón del laicismo, desde su herencia judía de nativo de Argel. Se declara favorable a poner freno a la inmigración y, en la estela de su libertarismo mediterráneo, se plantea si la prisión a perpetuidad no resulta más cruel que la pena de muerte. Su predisposición a replantearse sus tesis -"las identidades no vienen determinadas por las posiciones, sino por las trayectorias", según Foucault- le ha obligado a enzarzarse en numerosas polémicas. A la hora de señalarle compañeros de viaje, enlaza con la última generación de la masculinidad literaria, del brazo de coetáneos como Jorge Semprún, Carlos Fuentes o Milan Kundera. La compenetración entre los integrantes de este club es ejemplar, jamás se escatiman halagos.

Cuando se acusa a Danielde egocentrismo, replica que esa cualidad no puede calificarse de censurable en el país natal de Montaigne, Rousseau, Chateaubriand y Gide. En su opinión, considerarla un vicio sería como lamentar una exposición de autorretratos de Rembrandt. Modelo de una escuela del periodismo francés, no escasean los detractores que lo emparentan con la gauche caviar. Su hijo profesional muy amado es Bernard-Henri Lévy. Es casi inevitable que este otro aventurero de la prosa cautive intelectualmente en su día a la Princesa de Asturias, y obtenga el galardón correspondiente.