Como tranquilo, relajante y descrispador se muestra y aparece su dirigente, Rodríguez Zapatero, del mismo modo se ha querido presentar, tranquilo, relajado y sin mayores tensiones, el trigésimo sexto Congreso del PSOE, a los ciento veinticinco años del nacimiento del partido. Hace tiempo que una reunión de las que cada cuatro años desarrolla el partido no se ofrecía de manera tan normalizada y bajo control, por más que alguien recuerde que nunca un Congreso socialista ha terminado sin alguna sorpresa e incluso algún susto. Recuérdese el final del marxismo anunciado por González, la dimisión irrevocable de éste, los problemas de Almunia, la derrota del pez gordo Bono por el pez chico Zapatero, la sorpresa del diputado leonés de a pie y con derecho a llavecita de votar, que se propuso llegar, y llegó, a inquilino de La Moncloa.

Cuatro años le han bastado para, desde el poder del gobierno centrado, y con tres victorias en su haber, dar por finalizada la travesía del desierto que se inició ocho años antes como consecuencia de un cierto abuso del poder del período socialista anterior, cuando los casos de corrupción forzaron a muchos ciudadanos a retirar su confianza y su voto al 'partido de la honradez' con cien años de existencia. Transcurrida esa travesía y cumplida esa penitencia de ocho años, los socialistas han recuperado la confianza, en buena medida también ayudados por las torpezas del equipo anterior: la implicación en la guerra de Irak contra la voluntad de la mayoría, la improvisación en materia de terrorismo islamista, la tragedia del Yakovlev, la prepotencia de actuación de su líder Aznar... El pueblo soberano no es fácil que se equivoque, toma nota de lo que va aconteciendo y ajusta cuentas a la hora de votar. Es la gran ventaja de la democracia y de la alternancia del poder: llegas y sigues en el ejercicio del poder mientras resultes creíble y no cometas grandes torpezas.

Pues bien, en esas circunstancias, Zapatero afronta este primer Congreso desde el poder muy consciente ya de la complicación que supone gobernar con acierto. En unos pocos meses ha podido advertir que no basta buena voluntad, la mejor actitud, el talante más dispuesto. Tiene ante sí a una oposición inteligente, aunque pretenda aparecer con colmillo retorcido, y a la que ha costado un extraordinario esfuerzo hacerse a la idea de que el poder del que disfrutaban se les quitó de manera lógica y por causas razonables, por errores propios, y no por la fuerza y contra la legalidad vigente.

Zapatero tiene oportunidad, en la celebración de este Congreso, para revisar la situación interna de la propia casa y dar alguna satisfacción a quienes apoyan su Gobierno desde el propio PSOE: los catalanes de Maragall y de Montilla, los andaluces de Chaves, Rodríguez Ibarra, Bono, Blanco, Caldera. Tiene que dar satisfacción, y sobre todo cariño y atención, a sus propios barones desde la visión que explica el secretario de Organización: "El gobierno debe articular el interés común". Zapatero tiene autoridad y capacidad de convencimiento para convencer a sus colaboradores de lo que ya ha comenzado a hacer.