Si se cumplen previsiones y filtraciones, este domingo el presidente del Comité Olímpico Internacional presumirá en el Olímpico de Tokio de que los Juegos han transcurrido sin apenas incidentes de covid, lejos de las científicas y catastróficas advertencias de que podían haber traído aparejada una nueva variante del virus. "Lo hicimos por los atletas, lo hicimos por ellos", será con total seguridad el mensaje de Bach en el discurso que cerrará estos Juegos tan diferentes como anómalos.

Estos días me llama la atención la coincidencia casi exacta en la respuesta de los medallistas españoles en sus ruedas de prensa, vía Zoom, en las que todos añoran y suspiran por lo mismo. "Unas birras y una mariscada", me confesaba -este sí, en persona- el gallego Nico Rodríguez tras proclamarse bronce en vela en la bahía de Enoshima.

"Algo que no que sea sushi es lo que quiero", bromeaba el héroe Alberto Ginés, a quien su dorado éxito en los Juegos descubrió al mundo que tenía una cuenta secreta de Twitter. Y en la que ahora se pregunta: "¿Por qué nos han hecho venir cuatro horas antes al aeropuerto?".

Temor a la operación salida

La realidad es que los transportes han sido un absoluto y completo disparate que ahora quieren subsanar en la operación salida, que será otro estropicio. En el centro de prensa ofrecen PCR a 200 y 300 euros; y luego otros de saliva que nadie sabe si valdrán para llegar a la meta. O sea, a la terminal de llegadas de Barajas o El Prat.

Sea como fuere, a los periodistas no nos extrañan (en absoluto) las respuestas de los deportistas en zona mixta. También mataríamos por una cerveza. Hemos sobrevivido más de 21 días a sándwiches y arroz del Seven Eleven, la tienda más próxima al hotel y la única en la que -si se sigue a rajatabla el protocolo- se podía acudir en busca de víveres y subsistencia.

Y ni tan siquiera una vez levantada la cuarentena de las primeras semanas no han permitido probar ni un trago de alcohol. Ni birras, ni vino blanco ni tinto ni nada. "Prohibido a extranjeros", explican en todos los restaurantes a quienes pretendemos celebrar que los Juegos se acaban sin grandes contratiempos. Porque esa es la mejor noticia: haber sobrevivido a los trámites infernales, a la tensión de la entrada a Japón, a la cobertura informativa sin descanso, a los desvaríos por el cambio horario y, sobre todo, a las obtusas y a veces ininteligibles normas de los nipones.

Estos días vi llorar a un colega ruso al que le impedían el acceso al transporte oficial para volver a su hotel, donde se había dejado la acreditación que le facultaba para subir al autocar. Supongo que no lloraba de rabia, sino desquiciado. Nadie le entendía porque es falso que aquí comprendan o sepan explicarse en inglés. Como también era mentira que las normas fueran a volverse laxas.

"Póngame una cerveza"

Los japoneses han cumplido hasta el final con el 'estado de excepción' en el que nos han imbuido a todos a lo largo del tiempo olímpico. Si años atrás los Juegos valieron para declarar un período de tregua sin guerras, aquí han servido para que se impusiera un régimen de supresión de libertades al que nadie acaba de acostumbrarse.

Así que llegada la clausura celebraremos las medallas españolas pero desde la sensación de que nos faltó mucho para que estos fuesen unos Juegos normales. Ni fáciles, ni felices. Faltó el público, claro; y que la celebración de los deportes en pabellones y recintos tokiotas fuese una fiesta completa.

Habría sido casi un atentado contra el esfuerzo de los atletas que estos hubiesen tenido que enfrentarse a otra cancelación. Casi hubiera sido un drama para ellos. Pero ya en el último domingo de Juegos, posiblemente incluso este debate sobre la conveniencia de mantener Tokio 2020 contra viento y marea se apague mientras se aproxima LaLiga. Todo gira en torno al huracán Messi y los periodistas emprendemos el mismo camino que los deportistas que se van. Y pediremos exactamente lo mismo que ellos cuando volvamos a España. "Póngame una cerveza".