Tokio 2020 era el objetivo de Marcus Cooper Walz. Pero la progresión del palista del RCN Portopetro ha sido espectacular en los dos últimos años y a finales de 2015 tomó la decisión, junto a su entrenador Luis Brasero, de luchar por estar en Río de Janeiro. Con 22 años, ya tiene claro que su vida deportiva está completa con su condición de olímpico y que todo lo que llegue a partir de ahora es más que un premio. Por lo pronto, ya es el primer deportista del término de Santanyí que competirá en unos Juegos Olímpicos. Pero a Cooper, nacido en Oxford de padre inglés y madre alemana, su carácter le obliga a ser inconformista. Luchador por naturaleza, su constancia en los entrenamientos y sus condiciones físicas le han permitido dar un paso hacia adelante en su preparación durante este último año pese al cambio de distancia.

Marcus Cooper es un especialista del K-1 500 metros. Hasta hace pocos meses. Sus características son perfectas para esa prueba, pero en el transcurso del último años ha variado su preparación con el objetivo de adaptarse a los 1.000 metros y el enfoque ha dado sus frutos. Sin un reto claro a principios de la temporada, las mejoras técnicas observadas llevaron al palista y su técnico a proponerse un cambio de programación. Luchar por una plaza en Río, posible pero complicado, le daban un aliciente extra a su preparación.

Conseguida la clasificación, Cooper reconoce que todo el esfuerzo realizado y el sacrificio ha valido pena. La recompensa es más que satisfactoria y no ve la hora de poner rumbo a Río e instalarse en la Villa Olímpica. Compartir vivencias con el resto de deportistas y sentir el espíritu olímpico colman, por el momento, sus aspiraciones. Pero que nadie ponga en duda que, en cuanto se ponga a dar paladas, su objetivo será pelear al máximo para meterse en la final y, ya con los mejores, luchar por colgarse una medalla al cuello que, hace solo un año, parecía un objetivo para 2020. Pero llegó antes y el reto está asumido.