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Final de 'Ozark': una conclusión tristemente coherente para el viaje de los Byrde
El drama familiar disfrazado de 'thriller' de narcotráfico alcanza su desembocadura más tristemente lógica en una recta final con alguna hora para enmarcar

Laura Linney (Wendy) y Jason Bateman (Marty) en ’Ozark’.
Juan Manuel Freire
Creadores: Bill Dubuque y Mark Williams
Showrunner: Chris Mundy
Dirección: Amanda Marsalis, Jason Bateman y otros
Reparto: Jason Bateman, Laura Linney, Julia Garner, Skylar Gaertner
País: Estados Unidos
Duración: entre 54 y 71 min. (7 episodios)
Año: 2022
Género: 'Thriller' dramático
Estreno: 29 de abril de 2022 (Netflix)
La saga de Marty (Jason Bateman) y Wendy Byrde (Laura Linney), el consultor financiero y la agente de relaciones públicas que trataban de saldar una deuda peligrosa blanqueando dinero en los Ozark, llega a su fin sin prisas, con la tensa calma marca de la casa. Su anterior entrega (primera mitad de esta cuarta temporada) acabó en un grito inaudible: el de Ruth Langmore (Julia Garner), sedienta de venganza tras conocer la identidad del asesino de su primo Wyatt (Charlie Tahan). Estos siete episodios restantes desembocan en una resolución igualmente turbadora, pero a la vez cruelmente divertida y, sobre todo, tristemente lógica.
Tras el grito ahogado de Ruth, llega 'El sueño y la muerte', una de las mejores horas de la serie, en la que sus guionistas crean interesantes paralelismos, cameo del rapero Killer Mike mediante, entre Ruth y el Nas de 'Illmatic', única banda sonora de nuestra 'hillbilly' favorita en su excursión de venganza a la gran ciudad. Ruth observa la vida en Chicago desde los Ozark como Nas observaba Manhattan desde las viviendas de protección oficial de Queensbridge. Tan cerca, tan lejos. Tan esperanzador y tan cruel.
Marty y Wendy parecen convencidos de poder volver a sus vidas anteriores, o incluso a una versión increíblemente mejorada de aquellas, con más recursos y conexiones. Lo que no parece claro es que sus hijos Jonah (Skylar Gaertner) y Charlotte (Sofia Hublitz) vayan a acompañarles, sobre todo tras la aparición del padre de la segunda, Nathan Davis (Richard Thomas, reunido con Julia Garner después de 'The americans'), obstinado en llevárselos a vivir con él. En el caso de Jonah, sería cambiar el motel Lazy-O por una casa de verdad, así que suena bien.
Aunque 'Ozark' no sea solo una máquina de trama y deje aire en sus secuencias para el paladeo de atmósfera y lenguaje no verbal, estos siete episodios aglutinan maquinaciones tan desconcertantes como crueles; acuerdos cancelados de manera unilateral; sacrificios arriesgados y aprendizajes veloces de las peores artes. De nuevo, se cruzan líneas morales que no mucho atrás parecían fuera de órbita. También de nuevo, nos recuerdan Chris Mundy y su equipo, la violencia es fútil, o una herramienta solo útil para prorrogar los peores vicios de la historia de Estados Unidos.
Tanto el gran octavo episodio como algunos otros cuentan con dirección brillante, tensa pero tersa, de Amanda Marsalis, directora y fotógrafa con quien evocación y tensión pueden entrar en misterioso juego. Pero también hay oportunidad para descubrir el talento de Laura Linney tras la cámara (es su primer intento) o volver a confirmar que Jason Bateman es, además de actor versátil, todo un amante de las composiciones visuales depuradas. En esta serie, el nombre del director es, apropiadamente, el primero que aparece siempre en los créditos finales.
La calma chicha de 'Ozark' tiene también, y hasta el final, una de sus bases en la música de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, hombres últimamente más que ocupados ('La chica de antes', '¿Sabes quién es?', 'Tokyo vice', 'Outer range'…), pero capaces solo de dar lo mejor en todo lo que hacen. Y aquí vuelven a recordarnos que para crear música inquietante es mejor no recargar texturas y quedarse con unos pocos buenos elementos (como esas percusiones hechas con lo-que-sea) mejor que bien dispuestos. Seguramente ellos mismos sugieran, de cuando en cuando, no aportar casi nada a tal o cual secuencia, como ese final (sin retorno) en el que solo asoman en el último momento para proponer un zumbido del averno.
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