Estoy convencido de que por los pueblos y ciudades del país habrá chicos y chicas tan o más guapos que los que vemos en la tele. Pero no salen en la tele. Rubén Cortada sale en la tele y es guapo, y por eso se lo rifan en las discotecas, con la agenda muy apretada. Llegó de Cuba como modelo, y caminó por las pasarelas enseñando ropa de diseñadores de relumbre, luego saltó a la tele como galán de telenovelas donde importa menos ser un buen actor que tener una mirada marina y volcánica -él la tiene- y una pechuga dura en un cuerpo guerrero -también lo tiene-, y con ese bagaje creyeron que podría ser el chulo que se camela a Sira Quiroga en El tiempo entre costuras. Fue un fiasco. Tuvieron hasta que doblarlo.

Ahora, como Faruq Ben Barek en El Príncipe -el martes acabó la primera temporada ante 6 millones de personas- es más creíble. Los actores de serie tan popular se han convertido en reclamo de todo tipo, incluido ser reclamo de discoteca. Dicen que el tal Faruk -a ver si muchos poligoneros van a verlo pensando que lleva los bolsillos hasta el culo de hachís- cobra por bolo 10.000 euros. Ignoro si le hacen mover las caderas en la pista como hace en un vídeo que lo está petando en internet o sólo se deja fotografiar con la peña, que luego multiplica el momento en las redes, como hacía el sinvergüenza Miguel Blesa, el banquero altivo y sin alma, cuando abatía osos.

Rubén en la pista ya no es un actor, es un trofeo. Seguro que alrededor, justo al lado de las histéricas que lo idolatran, hay chicos tan guapos como Faruk, pero no salen en la tele. Son invisibles.