Entre todos es de ese tipo de programas que todo el mundo niega ver pero que quien más quien menos sintoniza a mitad de la tarde siquiera para adivinar qué caso están tratando. El programa ha suscitado las críticas más furibundas que imaginarse puedan porque un sector de la audiencia considera inadecuado que se haga espectáculo de la necesidad. Para este sector, el programa es poco menos que un espacio que retransmite en directo la mendicidad. Argumentan estos espectadores y colectivos que de este modo la televisión está sustituyendo lo que serían tareas y responsabilidades propias de los organismos del Estado.

La cuestión es que las situaciones de desgracia que se nos muestran cada tarde en el programa han estado siempre ahí. Con independencia del partido que anduviere en el gobierno. Y con independencia de que vi- vamos una época de crisis u otra de bonanza. Otra cosa es que no nos guste mirar hacia la realidad, cuando ésta es desagradable o provoca desazón.

El hecho de que el formato naciese y triunfase en la televisión autonómica andaluza, dominada por una Junta que mientras no se demuestre lo contrario está adscrita a un partido socialista, debería despejar todas las dudas acerca del ADN del programa. Que ante todo es un formato televisivo bien planteado y bien resuelto.

La televisión jamás podrá sustituir a los servicios sociales. Pero la televisión es un medio tan potente que puede ayudar a paliar situaciones muy complicadas, tras visibilizarlas. Que quien está al otro lado, en el sillón de su casa, las califique como quiera. Pero de lo que no cabe duda es de la corriente solidaria que subyace detrás de cada uno de los casos que se muestran. ¿Obsceno? ¿Impúdico? ¿Y quién dijo que las situaciones a las que nos arrastra la vida no lo sean?