Que Blanca Paloma (Elche, 1989) represente a España en Eurovisión no es casualidad. El festival necesita artistas viscerales, magnéticas, audaces. Capaces de templar el nervio público con su último aliento. Aquí no existe alternativa: hay que enamorar. Y su 'Eaea' es un machete directo al pecho. Se trata de una canción con un universo particular, pensada para calmar el sentimiento más primario. Ese que aparece nada más nacer. Esta electronana es herencia directa de su abuela Carmen, la matriarca. Modista de profesión, cantante de sobremesa por convicción. A ella le debe la palmada calé y el 'quejío' sagrado.

Su propuesta es todo un homenaje a ella. Hay autenticidad, por eso arrasó en el Benidorm Fest. El amor entre ambas nos enterneció tanto que fue imposible quitarle el ojo. Pura pasión en la mirada de la nieta. Pero, sin duda, su mayor logro fue convertir en poesía lo cotidiano. Un pellizco que no entiende ni de idiomas ni de identidades. Y que, por tanto, será inevitable no sentir como propio el 13 de mayo.

'Eaea' arrasó en el Benidorm Fest con 169 puntos, 24 más que Agoney. José Luis Roca

“Llevo bastante tiempo preparándome, como si tuviera un presentimiento. Quería que algo pasara en mi vida, pero jamás imaginé que sería Eurovisión”, asegura. Esa corazonada le lleva rondando desde que, hace 10 años, su abuela le mandó una señal. Blanca estaba paseando por el mercado madrileño de San Antón cuando, de repente, empezó a escuchar un leve zapateo. Aunque no sabía de dónde procedía, el runrún fue haciéndose cada vez mayor. Le retumbaba en el esternón, por lo que se dejó guiar por los latidos. Hasta que, escaleras arriba, se topó con la escuela de baile Amor de Dios.

Allí halló un hilo que no ha dejado de investigar. “Yo estaba muy enfocada en mi carrera como escenógrafa teatral. Sin embargo, la maestra me recordaba tanto a mi yaya que sentí la conexión de inmediato. De hecho, siempre me quedaba un ratito más al finalizar la clase para charlar con ella. Un día, me preguntó si yo cantaba. Le dije que no. Al menos, profesionalmente. Pero me animó a hacerlo. Al escucharme, me llevó hasta la puerta que se localizaba justo enfrente”, recuerda.

Allí, conoció al cantaor gaditano que le zarandeó el presente. Casi sin esperarlo, se plantó en un grupo que le hizo debutar en Suiza. 'Tablao' flamenco de Vallecas, mediante. Desde entonces, no ha parado de explorar una faceta hecha a medida de su garganta. “En mi casa, en vez del cuarto de juegos, teníamos la habitación de la música. Ahí nos empapábamos de Elvis Presley, Aretha Franklin y Lola Flores. Ahora bien, mis primeros recuerdos musicales son de antes… cuando aún estaba en la barriga de mi madre. Ella bailó sevillanas hasta días antes de dar a luz. Por eso tengo un vínculo tan fuerte con el folclore”, rememora.

Este cambio de rumbo se materializó en dos bandas: De Mar a Mar y Afalkay. Ambas orientadas a recuperar la música de raíz. Sin embargo, su primera incursión personal fue 'Secreto de agua', el tema que coronó la serie 'Lucía en la telaraña' y que compitió con 'SloMo', 'Ay, mamá' y 'Terra' en la primera edición del Benidorm Fest. Quedó quinta, pero eso no la frenó.

Decidió retomar algunas composiciones a medio terminar. Quería armar un repertorio que le permitiese tocar por España. De ahí salieron 'Plumas de nácar' y 'Eaea', que envió a la preselección nacional. RTVE, a través de un comité de expertos, seleccionó la segunda para participar en la carrera hacia Eurovisión. “Al principio, era una versión de diversas nanas populares. Pero, poco a poco, fuimos escribiendo versos, variando melodías, incorporando sonidos… Recuerda a muchas cosas. Hay quien dice que es un villancico. Y es verdad. Se parece a música de toda la vida”, cuenta Blanca, que el pasado 4 de febrero se alzó con el Micrófono de Bronce por delante de Agoney y Megara.

“Ellos dos eran mis favoritos. Tenían los paquetes más redondos”, apunta. En cambio, la suya era perfecta según el público y el jurado. Su canción es enérgica y delicada a partes iguales. Compleja en cuanto a escalas, pero sencilla respecto al mensaje. Es un apretón al corazón que recoge la elegancia de 'Après toi' (Luxemburgo, 1972), el desparpajo de 'J’aime la vie' (Bélgica, 1986) y la fascinación de 'Shum' (Ucrania, 2021).

Además, su peculiar almizcle 'folktrónico' ha logrado que no se parezca a nada anterior. Lo que la ha vuelto singular. Y lo que, en consecuencia, le permitirá distinguirse en Liverpool. Al flamenco que el Viejo Continente lleva tiempo demandándonos, ella le ha insuflado buena dosis de vanguardia. España cumple, pero hay algo más. Ese duende indescriptible que le impulsó a la victoria.

Si bien los detractores ya han hecho mención al último puesto de Remedios Amaya con 'Quién maneja mi barca', ella no tiene miedo a las comparaciones: “Fue una adelantada. La incomprensión forma parte del proceso creativo. Siempre habrá gente que no conecte con lo que yo transmito. Es normal. Y hay que saber lidiar con ello. No obstante, Europa suele premiar el riesgo. Y 'Eaea' tiene ingredientes que la colocan en un lugar único. Es la primera bulería de la historia del certamen. La gente se va a quedar loca”. Por el momento, ocupa la octava posición (de 37) en las apuestas de pago. La superan países que tradicionalmente copan el podio: Suecia, Ucrania y Noruega.

En la letra reflexiona sobre las conexiones que se extienden más allá de la vida. ¿Cuál es su relación con la muerte?

La tengo asimilada. Lo que me permite vivir el momento es saber que es efímero. Es un aliciente para vivir con más intensidad. Tras la pérdida de mis abuelos, que fueron personas que me transmitieron tanto, siento que soy un canal por el que circula su sabiduría. A través de 'Eaea' siguen vivos. Y eso es precioso.

Durante su actuación, hace el gesto de la arquera. ¿Por qué?

Se trata de un símbolo muy lorquiano. Es la manera que tengo de buscar un objetivo y proyectarlo. Sólo así puedo visualizar las cosas. He crecido en un pueblo de mar y he mirado el horizonte en numerosas ocasiones. Ahí es donde uno puede imaginar más.

El gesto de la arquera es una de las señas de identidad de Blanca Paloma. José Luis Roca

Uno de los elementos que más impactó de su 'pack' fue la puesta en escena, encajada en un círculo de flecos rojos que simulaban el mantón de su yaya Carmen. Los gestos, los planos y las luces compusieron un cosmos cercano al imaginario de Carlos Saura. “Él es una inspiración clave. Los visuales hacen alusión a los cicloramas que empleaba en sus películas”, explica. A pesar de las posibilidades que ofrecen este tipo de escenarios, ella prefiere optar por el minimalismo. No busca lo espectacular, sino la emoción.

“Quiero un espacio de intimidad. Cuando recibí la primera llamada de RTVE, pensé en lo que podía aprender de una experiencia así. Pero luego me di cuenta de que era una oportunidad preciosa para aportar algo diferente. Desde ahí hemos trabajado, con nuestro bagaje y mirada. Queríamos trasladar un cachito del teatro a la pantalla y lo hemos conseguido”. De hecho, no está previsto introducir cambios sustanciales de cara a la cita de Reino Unido.

¿Eurovisión es política?

En el mundo, no hay nada que escape al marco social en el que vivimos. Todo construye simbólicamente. La humanidad está en constante transformación y eso influye. Lo ideal sería, como ocurría en los orígenes, que la música fuese el único eje en el que se cimente el concurso… pero las situaciones marcan. Y se tienen en cuenta de algún modo. No sé si existe algo puro en esta vida… No lo creo.

¿Las candidaturas deben identificarse con el país que representan?

Para mí, sí. Cuando he visto el festival, lo que más me ha enganchado es ver instrumentos o armonías tradicionales. Eso me permite conectar con su cultura. Y, en definitiva, lo que las vuelve extraordinarias. Si todos hacemos algo de carácter global, nos acabaremos pareciendo mucho. Y en la variedad está el gusto.

¿Ganará?

Estoy preparada para todo. Existe una teoría que me encanta: cuando los prehistóricos dibujaban en las paredes sus cazas, lo hacían antes de salir a ello. Era una especie de ritual mágico para visualizar lo que querían alcanzar. Y yo, de alguna guisa, también quiero hacerlo. Por eso me gusta mirar tanto al horizonte. Si no ocurre, no pasará nada. Estaré contenta por el trabajo realizado. Pero, por lo menos, quiero prepararme. ¿Por qué no? Siento que estoy en una misión que mi abuela me encomendó y tengo que completarla.