Esto que veis, la cara de este orangután, es lo que ven miles de mujeres a su lado por la mañana al levantarse de la cama, decía Frank Cuesta la semana pasada en Frank de la jungla, el programa dominical de Cuatro. Mira, señalaba a una orangutana abierta de patas, ahí está Nadia Comaneci. Y a otra que estaba tumbada, joder con la tía, es como Ana Obregón posando en verano. Frank Cuesta lleva entregados seis programas hasta ahora grabados en los ríos de Thailandia, las islas indonesias de Komodo, Rinja, Borneo y Sumatra, y la Isla de las Flores, acompañado por el reportero Nacho Medina y el cámara Santiago Trancho. Este programa tiene muchas cosas buenas. Una es el propio presentador, un loco de la vida, un descubrimiento, un tipo sorprendente que es capaz de comunicar el dramatismo de las situaciones pero sin malas sobreactuaciones como las que hace Albert Castillón, que arruga la frente y engola la voz en cuanto huele sangre en el plató. O sea, todos los días. Frank Cuesta usa un lenguaje no apto para melifluos. Cuando dice que ese orangután tiene el pito chico como un japonés quiere decir que el orangután tiene el pito chico como un japonés. Y cuando ordena, tío, de qué vas, no te muevas, Nacho, me cago en la hostia, quédate quieto que esto no es broma, es que al lado de Nacho puede haber una pitón que no es de atrezzo. En la entrevista que emitió el domingo pasado La Sexta de Jordi Évole, follonero como nunca, a Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos, no había orangutanes ni serpientes pitón, y eso que paseaban por el Parque de la Florida, un jardín botánico con riachuelos, pasadizos, y plantas exóticas traídas de diversos lugares del mundo, muy al gusto del romanticismo que inspiró su diseño en Vitoria. Es un parque céntrico con vida propia. Lo conozco.

Mientras caminaban por los senderos entre árboles, césped, y puentes, seguidos por el cámara, esperaba que de un momento a otro les saltara al cuello algún encapuchado de ETA, serpiente en alto, demostrando que la confiada previsión del político que tanto revuelo ha organizado asegurando que para Navidad la banda criminal anunciará su fin, fue sólo una buena proyección de su deseo. Pero llega un momento en que, revisando el vídeo de la entrevista, ocurre algo que sólo ocurre de vez en cuando como espectador. Que lo que ves y lo que oyes tienen la potencia que sólo consigue la televisión, la buena televisión, esa que sin dejar de serlo va más allá de la técnica que sincroniza sonido e imagen porque también tienen cabida los silencios, dudas, miradas elocuentes, gestos, y notas que lo que tú sientes lo está sintiendo el equipo que recoge esos momentos de gloria, y que entrevistado y entrevistador se han olvidado de que hay testigos enfrente, y por eso, por ese milagro que sucede a plena luz del día, sin efectos de plató, sin sombras dramáticas, con el sonido que llega de la calle, sabes que asistes a una declaración sin precedentes al margen de las consecuencias y lecturas de analistas, de los berrinches del propio partido y de los berrinches del ajeno. Hablo de televisión. Sin duda, es la mejor entrevista de Jordi Évole, la que merece un reconocimiento sin paliativos porque ha logrado, sin cuchufletas ni pirotecnias, sin payasadas e impertinencias, entrar en lo que de verdad piensa un político, que a su vez se ha dejado el equipaje del cinismo y la máscara de lo conveniente para aparecer sincero, sin trucos, un Frank de la jungla que se ha sentado con reptiles traicioneros, que se han burlado de él y de todos, pero que ha de seguir intentando conseguir que ese veneno sea el que nos dé el antídoto.

La entrevista de Jordi Évole ha sido muy criticada porque "un humorista no puede hacer humor con el terrorismo". Ni puta idea, colegas. Quien haga esa lectura de la pieza se ha equivocado de arriba abajo. Ahí no hay humor. En ningún momento. Es más, conforme el entrevistador vislumbra los bombazos informativos que está soltando el entrevistado, aquél arrincona al Follonero y da paso al ciudadano curioso e informado que tiene ante sí a un tipo con información de primera mano dispuesto a soltarla. En las cadenas de la jungla donde los orangutanes están ciegos de rabiosa testosterona ideológica braman como sólo saben hacerlo, manipulando, empalando el mensaje y el mensajero. No se han enterado de nada. O sí, pero el escorpión sólo expele veneno. Joseph Ratzinger es algo parecido, y desde la otra punta de la selva se han analizado hasta el detalle los detalles de su breve, y suficiente, viaje. Andréu Buenafuente se fijó en algo que no es más que la constatación de que este hombre empieza por su casa a aplicar su idea de la mujer. ¿Quién limpió el altar después de ser consagrado con un chorreón de aceite? Dos hacendosas monjitas pertrechadas de bayeta y cubo mientras un ganado de tíos sentados miraba el trasiego. Y eso que los machotes llevaban faldas hasta el tobillo.

Estos días, y hasta que pasen 33 si aguantan, David Nofuentes y Mila Ortega viven en una casa de cristal instalada en el Nuevo Centro de Valencia. Es un reto recompensado con 20.000 euros. El encierro transparente de los dos orangutanes enjaulados se sigue por internet y por LevanteTV, pero que nadie busque un Gran Hermano. No es eso. Se enteran de lo que pasa fuera, la gente puede hablar con ellos, les organizan actividades, no hay gala de expulsados ni golfos que montan numeritos para salir cuanto antes y hacer la ruta de Ana Rosa Quintana y otras damas del estiércol, pero algo queda claro. En la barraca de cristal estos jóvenes, que no se conocían de nada, son el matrimonio ideal para Benedicto XVI. Ella limpiando la casa, y él tocándose los huevos. Llevaba razón Adela Úcar, que estuvo para Cuatro 21 días bebiendo alcohol. Quizá sea una de las formas más sensatas para poder soportar la vida rodeada de fanfarrones y bocazas, póngidos selváticos -perdonen la cursilería biológica- aunque luego descubras que tienen el pito chico como un japonés. Excepto el de Fernando Sánchez Dragó, y quizá los "destacados intelectuales" que apoyan al senil semental. Y por supuesto el de Arturo Pérez Reverte, el rey de la jungla, con permiso de Frank Cuesta.